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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

Yachay: una gran ironía

27 de noviembre de 2015 - 00:00

El profesor Calestous Jumanot, de la Universidad de Harvard, publicó en 2014 un artículo académico ampliamente diseminado apoyando ONG y detallando los riesgos de rechazar la biotecnología agrícola. El académico se olvidó de mencionar el financiamiento recibido por Monsanto. En la Universidad del Estado de Iowa (Iowa State), la gran mayoría de los fondos privados para investigación viene de corporaciones, como DuPont. Cuando un profesor de la Universidad produjo una investigación cuestionando la seguridad biológica de girasoles alterados, DuPont bloqueó su acceso a sus semillas, impidiendo que pueda seguir investigando. Nuevos investigadores fueron contratados hasta obtener los resultados deseados. Este patrón se reproduce en casi todas las áreas de la academia norteamericana. En medicina es una práctica común que ghostwriters de grandes farmacéuticas escriban artículos para que los firmen investigadores. Cuando el banco BB&T hace una donación a una universidad, la universidad adopta en su currículo la obra de Ayn Rand. Es el modelo anglosajón donde la industria financia a la Universidad para que esta investigue lo que la industria quiere que se investigue. Las restricciones a la libertad de cátedra de las que no se habla. Pero eso no debería importarnos porque nuestro modelo es pura revolución, verdad. ¿Verdad?

Ya pasó el ciclo mediático de Yachay, ya nos olvidamos en eso que se volvió en un culebrón de llamadas por Skype, renuncias, acusaciones, reclamos. Pero Yachay sigue ahí, el modelo sigue ahí, y la joya de la corona del Gobierno no ha cambiado. En septiembre de este año, Yachay firmó un acuerdo de colaboración con Halliburton. Halliburton, esa que entró a reconstruir Irak después de que su CEO y vicepresidente de EE.UU., Dick Cheney, dio la orden de “bombardearla de vuelta a la edad de piedra”. La misma que estaba encargada de poner el cemento en las bases de la torres de BP, 20 horas antes de que explotaran y crearan el mayor derrame de petróleo de la historia en el Golfo de México. La misma que luego destruyó la evidencia. Es la doble dimensión del problema. Es la firma de un convenio para colaborar con una corporación que personifica todo aquello que está mal con el capitalismo y esa violencia hegemónica del capital en detrimento de la persona. Ese es un problema de gestión. Pero también es la certeza de que desde Yachay Tech no saldrá la próxima investigación que desafíe a la industria petrolera o el invento que reemplace a los combustibles fósiles. Y este es un problema de principio. La base epistemológica en la cual se quiere construir una universidad, como mucho desarrollista, enfocada a satisfacer un mercado global necesitado de trabajadores capacitados, como los que producirá Yachay, perpetuando la explotación del centro a la periferia. Produciremos patentes, pero las produciremos para las petroleras. Produciremos tecnología, pero para una corporación.

Yachay no desafía nada. No tendremos un Silicon Valley en Urcuquí. Tampoco tendremos en centro alternativo para la producción de conocimiento desde el Sur. Lo que estamos construyendo es un engranaje más dentro de la gran maquinaria capitalista. Un nuevo centro para la producción de capital humano barato, investigación moldeada por los requerimientos de las corporaciones, sediento de un prestigio internacional, todo con un lindo logo, inversión millonaria y poco debate. Es la Universidad ideada desde la ‘izquierda’, la Universidad que revolucionará las mentes académicas. No más que una gran ironía. (O)

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