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El Telégrafo
Eduardo Fabregat

La voz del ermitaño

27 de marzo de 2019 - 00:00

Podría haber gozado de su reputación como ídolo de multitudes adolescentes, pero pegó un portazo y abrió las puertas de otra dimensión compositiva. Podría haberse aprovechado del ruidismo y cultivar la imagen del artista incomprendido, pero ni siquiera quiso salir a dar explicaciones.

Se animó, sí, a una reunión de su banda juvenil, pero duró lo que un suspiro, al público ya no le interesó y volvió a la cueva. Podría haber fingido que su abundante obra de versiones se debía a un sentido homenaje a diversas figuras, pero no tuvo empacho en señalar que hubo una larga década en la que simplemente no se le ocurría nada.

Pero cuando a Scott Walker se le volvieron a ocurrir ideas peló cosas como Climate of thunder (1984), The Drift (2006) y el demoledor Bish Bosch (2012). “Canciones” -las comillas son necesarias con algunas creaciones del anglo-estadounidense por opción- como “Corps de Blah” y “Clara”, aventuras musicales de más de diez minutos que se escuchan como quien lee un libro apasionante. Y la voz. Esa voz de profundo lago negro.

El hombre que nació como Noel Scott Engel y murió este lunes como Scott Walker fue uno de esos irrepetibles, inclasificables, indomables. Un ermitaño que recién volvió a asomarse en tiempos cercanos, cuando David Bowie ya había versionado su Nite Flights en Black Tie White Noise y Nick Cave había confesado su admiración; cuando ya la revista Q le había dado el mismo premio a la trayectoria que a Phil Spector y Brian Eno; cuando todo el brit pop -Jarvis Cocker, a quien le produjo We Love Life; Damon Albarn, Thom Yorke y siguen las firmas- había babeado su admiración.

Como Leonard Cohen, llegó a acovacharse en un monasterio. Como otros colegas pero con menos alharaca, coqueteó con la música clásica y generó puestas aún más desafiantes. El pop de The Walker Brothers es apenas una pincelada en el historial de un tipo cuyos primeros cuatro discos solistas (especialmente Scott 4) fijaron horizontes deseables para muchos.

Pudo ser popular, pero prefirió otra cosa, o le salió así. Quizá por eso la noticia de su muerte no fue de esas que detienen la respiración del mundo. No importa. Con el mismo bajo perfil que cultivó en vida, lo que queda tras su partida es la voz del ermitaño. Flotando en un paisaje imposible. (O)

Tomado de Página 12

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