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El Telégrafo
Ramiro Díez

HISTORIAS DE LA VIDA Y DEL AJEDREZ

“Vos tenéi cara´e Mapuche”

25 de febrero de 2016 - 00:00

Un refugiado político es alguien que lo pierde todo, menos el acento. Cada hora el mundo produce 500 refugiados de todos los colores, de muchas lenguas y países. Y América Latina no ha sido mezquina en ese aporte.

Esta historia nos la contó Rómulo, refugiado chileno, militante del Partido Comunista, en un barcito de Estocolmo. Salvó su vida porque en el momento del golpe pinochetista, Rómulo estaba en España. De la noche a la mañana, no tuvo patria para regresar, y se vio sin dinero ni trabajo en un país que no lo aceptaba como refugiado político. Cuando un amigo le ofreció trabajo en Londres, viajó allí como turista, y encontró puesto en un restaurante turco de altísima categoría.

Mientras tanto, Rómulo, que llevaba ilegal varios meses y que había perdido el pasaporte, fue invitado por otro refugiado que le ofrecía algo mejor en Suecia. Rómulo, entonces, pensó en la carta del restaurante, que era pequeñita, en cuero, y sin precios porque era restaurante para millonarios: se robó una, le pegó su foto y le estampó un sello de contabilidad. Así decidió cruzar a Bélgica, y luego pasar a Holanda, Alemania y Dinamarca, antes de arribar a Suecia.

Para su sorpresa, al salir de Inglaterra, el oficial de migración miró el supuesto pasaporte, no entendió nada, pero le estampó el sello de salida. En Bélgica sucedió lo mismo y entró de manera legal. Y así, en cada país observaban el pasaporte con algo de desconfianza, pero al ver los sellos de otras fronteras, estampaban el suyo. Hasta que llegó a Estocolmo. Allí se complicó.

Cuando presentó el “pasaporte”, el funcionario sueco abrió los ojos y le preguntó en turco: “¿Su nombre es langosta en salsa de caviar? ¿Qué es esto?”. Rómulo puso cara de extraterrestre despistado. Enseguida, el mismo oficial le habló en inglés, en francés y en holandés. Rómulo no entendía y no quería entender nada. Enseguida el mismo policía le habló en alemán, húngaro y polaco. Rómulo guardaba silencio. Hasta que al final el sueco, políglota acucioso, le preguntó en castellano: “¿Vos sos chileno, güevn?”.

Con los nervios destrozados, Rómulo asintió y estalló en lágrimas. Lo habían descubierto. “Te lo pregunto—le dijo el guardia--, porque vos tenéi una cara´e Mapuche que no te la quita nadie, güevn”. Rómulo siguió llorando en silencio, asustado. Y el guardia agregó: “Pues si este documento ha sido aceptado por la policía inglesa, holandesa y alemana, mi país no tiene ninguna queja. Bienvenido a Suecia, güevn”.

Y así se salvó Rómulo.

Y aquí el negro también se salva en medio del desespero:

                                                                          C7R jaque y sigue mate

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