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El Telégrafo
Juan J. Paz y Miño C.

Visión de los vencidos

05 de diciembre de 2016 - 00:00

Desde la década de 1960 en Quito, capital del Ecuador, se organiza una serie de actos para conmemorar al 6 de diciembre de 1534, como día de la fundación de la ciudad. Pese a los equívocos históricos, ya que Quito se fundó el 28 de agosto como Villa y, además, por Diego de Almagro y no por Sebastián de Benalcázar, como normalmente se cree, en cada año las alcaldías encabezan esta “fiesta”, a la que todos se esfuerzan por hacerla muy “popular”.

Una situación parecida ocurre en numerosas ciudades de América Latina. En la geografía de la región hay plazas, calles y monumentos que llevan el nombre de los primeros españoles; de tal manera que ello también alienta las fiestas fundacionales con énfasis en el origen hispano.

Pero antes de la conquista española existieron pueblos ya asentados en los lugares donde se erigieron las ciudades españolas. Quito tiene un profundo ancestro desde los primeros cazadores-recolectores y llegó a ser la segunda capital del imperio Inca.

La conquista y la fundación de ciudades fueron procesos de subordinación, sometimiento, destrucción cultural y muerte de miles de indígenas. Es el lado sangriento de la historia. Pero, de otro lado, esos mismos procesos dieron origen al Quito actual, con trazo, iglesias, conventos y múltiples edificaciones que le dan su peculiar identidad. Quito fue la primera ciudad (junto a Cracovia) proclamada por la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1978; y, por su singular historia, también ha llegado a ser una verdadera antena política del Ecuador. De hecho los símbolos del poder están en Quito: palacio de gobierno (Carondelet), palacio legislativo, corte suprema y catedral…

La resistencia indígena a la conquista acompañó a la incursión de los conquistadores. En una comprensión distinta a la tradicional, el historiador mexicano Miguel León Portilla publicó en 1959 su afamada obra Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista, en la que reprodujo textos inéditos de los códices indígenas que sobrevivieron a la quema. Su principal conclusión fue que la cultura, la forma de ver el mundo que tuvieron los aztecas, contribuyó decisivamente a su derrota.

En 1971 apareció otro libro: Los vencidos. Los indios del Perú frente a la conquista española (1530-1570), del historiador francés Nathan Wachtel, quien incursionó en el camino inaugurado hace décadas por Portilla. Su libro resaltó, ante todo, los valiosos contenidos de una obra recién descubierta en 1908: la Nueva Corónica y Buen Gobierno del descendiente inca Guamán Poma de Ayala, rica en información etno-histórica y destacada por sus 400 ilustraciones. Para Wachtel también quedó en claro que la cultura de los antiguos incas resultó un limitante fundamental para la resistencia a la conquista española.

Ninguna de las obras citadas trató de desvalorizar las culturas indígenas en Centroamérica o en Sudamérica. Se trata de aportes investigativos que dieron una dimensión poco conocida y poco trabajada en la historiografía, lo cual enriqueció la comprensión de los orígenes del hecho colonial. (O)  

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