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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

Viejos ricos, sexo y desarrollo

30 de octubre de 2015 - 00:00

Hay una perversa relación entre los viejos ricos kenianos y las limitaciones en el desarrollo de nuestro país. Este es un intento de probarlo.

Desde finales de los ochenta, el VIH/sida acabó con el sur de África. En 1988, la expectativa de vida en Botsuana llegaba a los 61 años. Para 2003 había bajado a 37 años. Una tendencia similar se vio en países como Zimbabue, Lesoto, Sudáfrica y Kenia. El sida es costoso para el desarrollo: acaba con la población económicamente productiva, fragmenta vínculos sociales, consume recursos y crea una serie de estigmas internos y externos moldeando el imaginario mundial del continente como el de un territorio paria.

En Kenia, el problema del VIH tenía una distribución particular. No solo que el 7% de kenianos tenía VIH+, sino que el índice de mujeres entre 20 y 24 años con VIH+ era tres veces más que el de hombres en el mismo grupo. Entre 15 y 19 años, el índice de mujeres con VIH llegaba a ser 10 veces mayor. ¿Los culpables? Entren los viejos ricos. Los viejos ricos pagaban a las jóvenes por tener relaciones sexuales. Pero eso no es suficiente. Lo perverso de este intercambio es la relación de poder. Las jóvenes no estaban en una posición de exigir a los viejos ricos que utilicen preservativo. Y no lo hacían. Esto explica las particularidades de la distribución en los índices de VIH+.

Ante esta revelación, el Gobierno keniano, como cualquier gobierno cristiano que se respete, decidió implementar su debida campaña de abstinencia en las escuelas. Me pregunto qué otro gobierno cree que se debe invertir en una campaña de educación sexual basado en la premisa de “no tengan sexo, no tengan sexo, no tengan sexo”. Pero ante esta posibilidad, Pascaline Dupas, una académica de Stanford, sugirió hacer un experimento en el cual, en vez de promover abstinencia, el Gobierno fomentaba la reducción de comportamiento riesgoso (i.e. tener relaciones sexuales sin preservativo).

Dividieron en tres grupos a los colegios: aquellos que recibirían el programa de abstinencia, aquellos que recibían los programas de reducción de comportamiento riesgoso y aquellos que no estuvieron expuestos a ningún programa. Pero medir la incidencia de VIH en jóvenes es complicado. Primero, no puedes obligar a un joven a hacerse una prueba de VIH. Segundo, el desarrollo de la enfermedad puede tomar varios años. Algo que no toma años son los embarazos. 70% de los embarazos en adolescentes en Kenia suponía una transferencia de dinero.

Entonces, el nivel de embarazos en adolescentes era un buen proxy para la posibilidad de VIH. Los resultados podrán sorprender a más de uno en nuestro Plan Nacional de Fortalecimiento de la Familia. El porcentaje de jóvenes embarazadas fue el mismo en el grupo que recibió el programa de abstinencia y aquel que no recibió ningún programa. La tasa de embarazos en el grupo que recibió el programa de reducción de comportamiento riesgoso disminuyó en un 20%. No solo eso, sino que se redujo en 28% las relaciones sin protección. El corolario, que es algo que no parece entender nuestro plan de salud, es que la actividad de los adolescentes hombres se incrementó en un 48%. Es decir, los jóvenes seguirán teniendo relaciones, solo que ahora las tienen de manera segura, en relaciones balanceadas de poder.

Y esto debería ser un llamado de atención a eso que tuvo su ciclo mediático y luego desapareció entre tanta bulla: tenemos un plan para la prevención de embarazos adolescentes, un problema mayor en nuestro país, guiado por una moralidad religiosa enfocado en la abstinencia. Un acercamiento que no funciona. Y un problema que genera una doble carga, el de la pobreza, y el de la incapacidad de salir de esta. (O)

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