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El Telégrafo
Lautaro Andrade

Viejo, mi querido viejo

20 de junio de 2021 - 00:27

Antes que nada, feliz Día del Padre. Ha sido un año difícil para todos por la pandemia que nos cambió la vida, pero que no impide conmemorar, agradecer y valorar al rol de los padres dentro del hogar.

No siempre los hijos llegamos a entender o comprender lo que nuestros padres hacen por nosotros. Está claro que la concepción de padre no es la misma de hace décadas, hoy no es necesario ser el progenitor para asumir este calificativo.

¿Qué es un padre? La respuesta es bastante amplia y con una serie de interpretaciones, sin embargo, todas se resumen en una misma idea: el amor incondicional. Por eso no importa la filiación biológica, sino ese sentimiento común que padres, madres, tíos, abuelos, abuelas o sea  quien sea, tenga por otra persona.

Para todos ellos, mi total admiración y respeto en este día. En una palabra: gracias.

Sí, infinitas gracias para todos esos padres que día a día tuvieron que salir de sus casas, con el riesgo de contagiarse de un mortal virus, al ser el único sustento de sus familias. También para aquellos que en las noches no podían dormir por la suspensión obligada de sus actividades cotidianas a causa del confinamiento. La pasaron mal, pero no se rindieron.

El amor por sus seres queridos los puso a prueba. Así que es igual de justo que honremos la memoria de aquellos padres que hoy ya no están entre nosotros. Partieron pronto y son una ausencia irreparable que conmueve, entristece, desdicha. Físicamente no están más, pero se inmortalizaron. También acompañemos en el dolor de los padres que siguen presentes y, en cambio, les tocó asumir la pérdida de un ser querido. Resignación.

Padres no pierdan la fe, la pandemia está cerca de llegar a su fin. Hijos, seamos gratos. Aquellos que aún los tenemos junto a nosotros disfrutemos de su compañía, devolvámosles ese cariño que nos entregan; entendamos que sus vidas, somos nosotros. Hemos sido afortunados en una época de tanta tragedia.

Si tenemos la oportunidad, no perdamos más el tiempo y recordémosles que nosotros también sentimos ese amor incondicional. Digámoslo viéndolos a los ojos, abrazándolos, llamándolos si están lejos, rompiendo distancias a través de una pantalla de celular o computadora; o, por último, con la mirada hacia el cielo.

Me permito terminar este escrito felicitando en su día a mi padre y agradeciéndole  por todo lo que ha hecho por mí. Te dedico esta columna. Viejo mi querido viejo.

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