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El Telégrafo
Mauricio Maldonado

¡Vergüenza!

15 de octubre de 2019 - 00:00

Durante mucho tiempo pudimos evitar o atenuar algunos de los problemas más graves de nuestra región. Las cruentas dictaduras de otros países nunca pisaron estas tierras (la nuestra era, se decía, una “dictablanda”). También la subversión de décadas que sufrieron los países vecinos acá apenas hizo ruido.

Se decía que éramos una especie de “isla de paz”, y Quito –a pleno título– una ciudad “franciscana”. Volvimos primero que nadie a la democracia, logramos evitar el terror, pero poco partido sacamos hacia el futuro.

Ecuatorianos: vanguardistas de un solo hervor prontos a fagocitar sus causas, aupados por la corrupción, que jamás se concentró solo en la clase política, con líderes valiosos apenas reconocidos y líderes incendiarios (Febres-Cordero, Bucaram, Correa) idolatrados. ¡Que nadie olvide quién los puso en sus tronos! Los mismos ecuatorianos, nosotros, “el pueblo”.

Una sociedad clasista, en buena parte racista, que fue dando forma a un resentimiento que hoy nos cuesta caro. Un resentimiento aupado y aprovechado por élites políticas que llegaron pobres y que han salido enriquecidas (antiburgueses viviendo una vida burguesa). Sin olvidar a algunos de sus supuestos intelectuales, románticos como nadie –que, como el personaje de Molière, hablan en prosa sin saberlo–, ideólogos del vandalismo y expertos del non sequitur.

Mientras, al otro lado se cuecen las ideas absurdas de quienes odian a los indígenas (¡como si esta no fuese una población mayormente mestiza!). Pero no solo ellos buscan la división. Yaku Pérez nos ha recordado que estas eran tierras de los quitus (“no vengan con sus leyes occidentales”).

Como si esos mismos quitus no hubiesen sido conquistados primero por los incas, otro pueblo indígena y solo después por los españoles. Y como si tuviésemos la culpa, quinientos años después, de haber heredado la cultura occidental –maltrecha también entre los españoles, ¡la historia enseña!–, dando cuerda a una división inaudita.

Porque aquí estamos, este es nuestro país, el de todos. O aprendemos a convivir en la diversidad, o nos esperan días más oscuros, días de los que seguirán sacando provecho dos formas de racismo: la del prejuicio negativo (de quienes ven a los indígenas con desprecio) y la del prejuicio positivo (de aquellos que los creen incapaces de todo mal y que por eso callan cuando su líder se burla de una persona con discapacidad, “retiene” a policías y periodistas y llama al golpe de Estado). (O)

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