No se tome a personal el título del escrito de hoy, amable lector. Porque mi mayor deseo es el que usted pueda pasar unas bonitas festividades… de un evento tradicional, en el que tradicionalmente olvidamos qué se celebra.
Hemos pasado a darle la importancia a lo que el mismo y delicioso capitalismo ha querido que nos importe. Pero eso no está mal, nos encanta recibir regalos, gastar (es libertad) y comer fastuosamente. No importa el estrato social, es una fecha en donde se espera el flujo económico, la recepción de obsequios sostenidos por la expectativa de lo que se recibirá por sorpresa.
No es una fiesta que solo celebran los ateos, sino los de las izquierdas recalcitrantes. Aquellos que más hablan de desigualdades sociales y se manifiestan contra el espantapájaros al que llaman “neoliberalismo”. Esos son los primeros en darse los lujos y gozar del suculento mercado, pero también sufren por no poder adquirir lo que el mercado ofrece.
Se supone que para mantener la armonía en la cena navideña —ustedes ideólogos y activistas de izquierda que sí se dan estos gustos burgueses y no solo en una ocasión, sino varias, con amistades diversas—, no hay que hablar ni de fútbol o política.
Si usted cree, como yo, que se festeja un evento patriarcal, burgués, católico, donde se saluda el nacimiento de un embarazo no deseado —del todo— y se consagra la figura de la mujer como pura y casta, etc… seamos coherentes.
Pero si hubiera que decir algo en relación a política, que sea: ¿Qué han hecho los gobiernos e ideologías del socialismo en América Latina? ¿Qué más que saqueos, destrucción, estafas, retroceso en derechos, más impuestos? Qué más que instaurar el cinismo como una forma legítima de gobernar, sin dejar de lado el sostenimiento de idiotas que los siguen (recordemos el amor idiota, que es completamente ciego).
La idiotez da a luz necios no deseados. Aceptemos que diciembre es el triunfo del capitalismo y lo disfrutamos. Lo esperamos.
Dejemos la necedad y celebremos en familia. (O)
