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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Vela dulce

31 de mayo de 2018 - 00:00

Nuestro país depende en su mayor parte de las exportaciones de materias primas, tales como el petróleo (30%), banano, plátano, camarón, cacao y café. La venta del crudo constituye el primer ingreso de divisas para el Estado ecuatoriano.

Aunque hay una tendencia a la diversificación, la mayor parte de los productos exportados por las empresas privadas son frutos cosechados, sin valor agregado. La estructura de la economía ecuatoriana sigue sustentada en el crudo y en el comercio de productos tradicionales, con los cuales el país se insertó al sistema mundial, desde el siglo XIX.

Pocos recuerdan una historia económica distinta, aquella que se desarrolló durante los siglos XVI y XVII, en la época colonial, cuando se conformó un mercado interno, cuyos dínamos fueron el circulante de monedas acuñadas con la plata de Potosí y la demanda de bienes generada en el espacio integrado por lo que hoy es Chile, Perú y Ecuador. Se trataba de una economía de escala, cuya clave era la especialización productiva desarrollada en cada lugar. Quito destacó por la producción de textiles, Guayaquil en su condición de puerto y productor de barcos y maderas.

Una de las historias singulares fue la de la ciudad colonial de San Gregorio de Portoviejo, hoy capital de la provincia de Manabí, cuya población relativamente aislada se vio obligada a elaborar productos con valor agregado. Entre ellos sobresalían las velas dulces, producidas con cera de abejas de tierra, producto de gran demanda y alto precio usado para la iluminación.

Posteriormente se desarrollaron las manufacturas de jabón,  pitas, cabos para la industria naviera y finalmente los sombreros de paja toquilla y botones de tagua. Después de la crisis de 1925, la tagua fue uno de los principales productos de exportación de Manabí.

La historia demuestra que América Latina sí puede desarrollar un mercado interno, debido a que tiene soberanía alimentaria, energética, agua y diversidad ambiental, factores que permiten organizar la especialización productiva y la elaboración de bienes de uso o en otro caso, con valor exótico. Quizás de esa manera se pueda enfrentar el nuevo ciclo del mundo que, constreñido por el cambio climático, deberá procurar un gran pacto global, para iniciar el “decrecimiento”.

Valdría agregar que solo la imaginación puede reconstruir la extraña sensación olfativa que producían las llamas con olor a miel de abeja, en aquel siglo XVI. (O)

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