Sputnik, significa satélite en ruso. Si algo le faltaba a la Sputnik V, la vacuna que para muchos, Vladimir Putin, colocó en Sudamérica, como si se tratara de un satélite, ya cuenta con el aval para despojarla de una ideologización nefasta. La revista científica Lancet, publicada en Gran Bretaña, publicó esta semana el informe que la comunidad científica y buena parte de la política estaban aguardando. Su efectividad es del 91.6 por ciento y por ahora se acabó la discusión y las vacunas. Porque su producción ya venía demorada y ante el crecimiento de la demanda, tras el respaldo al Instituto Gamaleya (donde se fabrica) se retrasará aún un poco más. Palabras más o menos, Putin lo dejó traslucir con la diplomacia que lo caracteriza “Se va a cumplir la provisión de vacunas pero con cierto retraso…”, en una charla telefónica con su par argentino, Alberto Fernández, según fuentes gubernamentales.
Las vacunas, la Sputnik V-a la que también se abonó México- y las otras, aparece como un bien escaso en tiempos de pandemia. Justo en un momento en que el mundo, enmascarado y temeroso como está, vive la franca mutación de la cepa democrática, que se fueron convirtiendo en absolutas demo-desgracias. Y es que no aparece una construcción lingüística más apropiada para definir cómo en los estados de buena parte del mundo si se miden: la polarización en las posiciones, la corrupción, la carencia de justicia y la destrucción sistemática de los sistemas públicos y educativos. Un conjunto de ítems que van transformando al soberano, en mero extra en esta película de horror agudizada ahora, en plena la era pandémica.
Extras dedicados a sus quehaceres cada vez con mayor carga horaria, obligados a cumplir con sus obligaciones impositivas cada vez más abultadas para sostener las estructuras públicas cada día más abultadas y con mayores déficits estructurales y mantener con su voto a la corporación política. Venga del sector que venga. Una corporación política que discursea una cosa en campaña y una vez en el poder aborda cuanta tangente tenga a su alcance, para la construcción de poder o para beneficio de unos pocos.
Distintos relevamientos en la región nos vienen arrojando una pérdida de respaldo en el sistema democrático. Mucho más en tiempos de crisis y con déficit de todo tipo y color. El mismo ejercicio en otras partes del mundo y, en algunos casos, nos llamaría a sorpresa porque hemos idealizado en exceso a algunas naciones. En unos casos con motivos sobrados, en otros por puro eurocentrismo de mentes colonizadas desde la cuna.
No se ha podido innovar en eso frase tan repetida por ciencistas sociales de diversas ramas, más allá de Antonhy Donws (“una teoría económica para la democracia” 1957), de que la democracia no es perfecta pero es el mejor modelo…”.
No hemos construido aún un modelo superador a la democracia. En los hechos a desmejorado como lo demuestran todas las encuestas y la historia ya dio sobradas muestras de lo que pasa con la democracia en tiempos de crisis severas. Aflora la ira de las clases medias, la desesperación de los asalariados y los brotes xenófobos y los discursos de ultraderecha, que supo sacar al terreno de juego a varios exponentes que se hacen llamar “libertarios”. Otrora, sinónimo de anarquistas, al que el neofascimo en todas sus formas lo arrebató a la manera de un carterista a la salida del cine.
Es de temer que ante este virus, que viene de mutar luego de algunas décadas de bonanza y un largo liderazgo occidental, no encuentre vacuna alguna. Aún, cuando la Sputnik V, la de AstraZeneca y la de todos esos laboratorios que amenazan con ocupar por un lapso de tiempo el lugar de la política, lleguen a destino y cumplan su función. No obstante, borrar los vestigios de la “demo-desgracia”, llevará, mucho más tiempo, demasiado esfuerzo y otros tipos de máscaras que le dibujen al mundo un rostro mucho más amable. (O)
