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El Telégrafo
Tatiana Sonnenholzner

Su utopía es nuestra pesadilla

23 de marzo de 2022 - 00:00

Presidente,

 

Quisiera vivir en ese país que usted cree liderar. Me encantaría habitar ese lugar donde el aborto por violación no tiene ningún sentido, porque simplemente los hombres no violan a las mujeres. Donde no existe la pobreza ni la desigualdad y las niñas de zonas rurales y urbanas tienen las mismas oportunidades y el mismo acceso a servicios básicos de calidad. Un sitio con un sistema de salud tan sólido que las citas médicas no tarden más de 48 horas, las emergencias se atiendan y las enfermedades se traten. Ese pedazo de tierra donde la Justicia no revictimiza ni discrimina, con fiscales y jueces educados con enfoque de género y Derechos Humanos. Me imagino que en ese país maravilloso a los 12 años las menores saben hasta leyes y procedimientos legales, como el que correspondería para presentar una declaración juramentada o poner una denuncia. Lo visualizo rodeado de naturaleza, soleado, musicalizado con risas de niñas que están jugando después de volver de la escuela, felices de reencontrarse con sus vínculos cercanos que las protegen, no porque una desgracia les pueda suceder en este paraíso, porque son mujeres y eso basta para provocar un accidente.

 

Presidente,

 

Quisiera vivir en ese país que usted cree liderar. Pero en el que yo nací, en promedio, se reciben 14 denuncias de violación por día. En este lugar, 1 de cada 4 mujeres ha vivido violencia sexual. Un territorio donde la pandemia aumentó la desigualdad y la violencia, obligando a algunas niñas a suspender sus estudios, cargándolas de trabajo doméstico y exponiéndolas aún más a ser sistemáticamente abusadas. Aquí, 7 niñas menores de 14 años dan a luz cada día, la mayoría de ellas por violencia sexual ejercida por un adulto conocido; ese adulto que usted pide certifique la violación. Ecuador, así se llama, es el segundo país de la región con el índice más alto de embarazo en adolescentes y quienes más enfrentan estos embarazos no deseados son las niñas y jóvenes más empobrecidas: esas que usted piensa están en igualdad de condiciones que sus hijas o sus nietas. Aquí, en la realidad, no escucho esas dulces voces, escucho las risas macabras de hombres que se frotan las manos al boicotear un derecho que busca reparar a las víctimas. Escucho campanas de iglesia que se usan para manipular a quienes solo les quedan los milagros y piden por vivir con un poco de dignidad. Escucho las conversaciones que debería tener en la sobremesa con su esposa y no en su calidad de Mandante.

 

Presidente,

 

Quisiera vivir en ese país que usted considera liderar. Quisiera que los datos que le acabo de contar no sean más que inventos de una mujer loca. Se lo aclaro, porque usted duda de la palabra si es que proviene de alguien que no comparte sus mismos cromosomas. Pero sobre todo quisiera que se despierte de esa utopía, su poca empatía con los hechos incrementa la pesadilla de las niñas, jóvenes y mujeres de un país que ya es bastante aterrador de habitar.

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