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El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

Universidad rima con equidad

21 de mayo de 2022 - 06:55

Nunca imaginé que muchos de mis jóvenes estudiantes de la universidad pública no conocieran los alrededores de Quito. Pero he constatado que hay quienes no han estado en Cumbayá, Mindo o Nono. Otros jamás han ido a la playa. Conocen exclusivamente el barrio donde viven y cómo transportarse al campus.

 

El no poder trasladarse –por no tener los medios económicos para hacerlo– es un efecto adverso de su situación de pobreza. Hay una inmensa variedad de males no siempre observables para los docentes que impacta silenciosamente en la capacidad cognitiva y el rendimiento escolar de los jóvenes. Estos males están presentes en las personas que crecieron en una situación económica precaria. En esta columna me gustaría mostrar los que tienen que ver con en el desarrollo de habilidades motrices, espaciales, emocionales y sociales.

 

La motricidad fina del niño en edad preescolar puede haberse retrasado debido a la desnutrición, el abuso físico o la ignorancia. Ese retraso afecta el desarrollo futuro de la persona pues las tareas kinésicas suelen ser cada vez más complejas en la vida adulta. Si un niño de la escuela primaria tiene dificultades en hacer cosas tan básicas y ordinarias como lavarse los dientes, abotonarse la chompa o amarrarse los zapatos, cuando llegue a la edad adulta sus habilidades podrían verse seriamente comprometidas. Por ejemplo, la de escribir a mano, que es una destreza fundamental para el desarrollo de la inteligencia.

 

Uno de los aspectos más sorprendentes al observar a chicos universitarios es constatar la desarticulación con la que algunos de ellos manejan el espacio que les circunda. Tienen dificultad en generar y transformar mentalmente una imagen visual y, por lo tanto, comprender y recordar las relaciones espaciales. Por eso, arreglar objetos en una superficie utilizando patrones de ordenamiento o volverlos a ordenar como estaban antes les pone en aprietos. En ocasiones, muchos jóvenes no saben interpretar un mapa, no conocen dónde queda el Norte o el Sur y tienen dificultades en orientarse. ¿Qué es y cómo se desarrolla la habilidad espacial que tienen en común un radiólogo, una ingeniera, un diseñador de interiores y una cartógrafa? La habilidad espacial se desarrolla habitualmente en el hogar al hablar de ubicaciones, distancias, formas y tamaños, o haciendo que los hijos sigan direcciones (incluyendo nociones de relación como arriba-abajo, izquierda-derecha…), jueguen con rompecabezas o con bloques, y practiquen deportes.

 

La socialización de los niños en situación de pobreza es otro aspecto que sufre por las carencias que ellos experimentan. Sus padres, al trabajar incansablemente, no pueden dedicarles tiempo o acercarse a ellos de forma cálida y afectuosa. El proceso de socialización se coarta pues se ven obligados a crecer dentro de una familia en la que los padres viven con angustia, ira o ansiedad causadas por la privación. Las prácticas de crianza y de relación social son, con frecuencia, inconsistentes o negligentes. Esas circunstancias hacen que los niños dejen de aprender a relacionarse con otros de forma sana y libre. Tienen poca información y contactos, reducida exposición a modelos a seguir, y sus oportunidades de ejercitar pertenencia a una comunidad son casi inexistentes.

 

Si a lo que se ha descrito se añade el que existe un creciente aislamiento social de las personas en situación de pobreza en las zonas urbanas –lo que los urbanistas llaman “segregación residencial”–, esto completa el aislamiento que impide acumular las habilidades sociales que se necesitan para dejar de ser pobre. La pobreza urbana, hacinada en lugares específicos de la ciudad, se constituye en una verdadera exclusión social.

 

El desarrollo de la personalidad, de la individualidad y aún de la propia libertad se ven afectados también por cuanto los padres en situación de pobreza, para mantener la vida doméstica en cierta calma, dan más importancia a la obediencia que a preocuparse por el desempeño educativo de sus hijos. No prestan suficiente atención al desarrollo de su curiosidad intelectual ni de su individualidad. Así, los niños no tienen acceso a materiales, servicios y actividades que contribuirían al desarrollo cognitivo y al rendimiento escolar y, por otra parte, sus méritos y fortalezas no son reconocidos, lo que los vuelve tímidos e inseguros.

 

Hemos visto cómo se coarta el desarrollo de habilidades motrices, espaciales, emocionales y sociales en los jóvenes pobres. Por eso es tan primordialmente importante la universidad pública. La experiencia de mi practicante Abigaíl podría constituirse en una metáfora. Ella cuenta entusiasmada cómo se impresionó la primera vez que vino a estudiar en Quito por las características de la ciudad, los edificios, el ruido, las luces y el dinamismo que experimentó en sus clases... Todo ello contrastaba drásticamente con la realidad de su pueblito de casas de un piso, contadas luces públicas, ritmo lento y pocos desafíos... Es de desear que esa sea la experiencia del estudiante que llega a la Central: sorprendente y grata.

 

La universidad y sus docentes tienen la importantísima obligación de integrar a los estudiantes habilitándolos para establecer vínculos significativos con el resto de la sociedad. Es necesario incluir en las diferentes materias metodologías, ejercicios y espacios que atiendan de forma integral las situaciones que hemos señalado. La creación de servicios de salud dentro de la universidad, los proyectos para mejorar el transporte y la seguridad, y la oferta de lugares de recreación y esparcimiento colectivo, entre otros, crean posibilidades de interacción que se dirigen hacia la inclusión.

 

La vocación de la universidad es esa: facilitar la formación en la reciprocidad y la solidaridad; educar en hábitos y actitudes que fomenten la movilidad social. Como decía ya la CEPAL hace veinte años: “El sistema educativo universitario puede hacer una importante contribución a la equidad en la distribución de activos de capital social al facilitar la construcción de redes de estudiantes de composición social heterogénea. Para los estudiantes pobres esas redes son depósitos de reciprocidades, confianzas y lealtades que pueden ser activadas en el momento de su incorporación al mercado de trabajo. [...] Los contactos sociales potencian el aprovechamiento del capital humano y, dado que generan una razonable certidumbre respecto al logro de empleos adecuados, alimentan también la motivación para seguir invirtiendo en el desarrollo de ese capital”.

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