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El Telégrafo
Jorge Núñez Sánchez - Historiador y Escritor

Una provincia fluvial (1)

19 de octubre de 2017 - 00:00

La generosa disposición de los amigos del Centro de Estudios Históricos de Los Ríos nos ha permitido a varios historiadores ecuatorianos efectuar un viaje por el río Babahoyo, desde la capital riosense hasta la pequeña y bella población de Pimocha, ubicada aguas abajo, yendo en dirección a Samborondón.

Cuando niño viajé varias veces por esa vía fluvial, en tránsito desde Babahoyo a Guayaquil y viceversa. Por entonces, esa era la única ruta posible para llegar desde la Sierra central y norte hacia el entonces lejano puerto occidental.

Los viajes los efectuábamos en unos pequeños barcos adecuados al tránsito de aquellas aguas. En su cubierta iban los viajeros, acomodados en una larga fila de hamacas, y los más pudientes en uno de los camarotes del segundo piso.  

A su vez, en la amplia bodega inferior iban los productos serranos destinados a Guayaquil (menestras, harinas, hortalizas, monturas y aparejos, calzado, ropa, manteca de cerdo, pan y hielo del Chimborazo) o venían los bienes costeños que iban para la Sierra: azúcar, arroz, mercancías importadas, medicinas de laboratorios guayaquileños, etc.

Pero aquellos viajes en barquito se iniciaban y realizaban por la noche, cuando subía la marea, pues el río Babahoyo es, técnicamente hablando, una ría, es decir, un curso de agua marcado por los flujos y reflujos del mar. Y es eso precisamente lo que le otorga su particular fisonomía y su notable riqueza ictiológica, constituida por la abundante presencia de bagres, barbudos, bocachicos, campeches, ciegos, corvinas de río, damas, guanchiches, lizas, viudas y otras especies más.

Ahora, viajando durante el día en una motonave turística, aparejada por un joven empresario egipcio radicado en Ecuador, he podido apreciar la incomparable belleza natural de la ría de Babahoyo, que regularmente permanece oculta a los ojos de los viajeros que transitan por la provincia de Los Ríos.

Es que el mundo actual es el de la prisa, de las carreteras y las autopistas pavimentadas, de los autos de todo tipo que pasan raudos de un lugar a otro. Y eso nos ha hecho dar la espalda a ese gran río, que otrora fuera la espina dorsal del país, el lazo que unía a las calientes tierras del trópico con las de la fría meseta andina, la vía por la que nuestro país interior se conectaba con el mundo. Pero el gran río sigue ahí, esperando a que los ojos de los ecuatorianos de hoy descubran sus sorprendentes paisajes y recursos naturales. A sus orillas, largas filas de árboles y arbustos floridos vigilan el tranquilo decurso de esas aguas que bajan de las alturas andinas, cargadas de limo fecundante.

Son mangos, hobos, aguacates, laureles, zapotes, amarillos y guayacanes, que se entremezclan con cultivos de maíz y plátano, para formar una hermosa campiña. De rato en rato vemos árboles que están poblados de garzas blancas, flamencos rosados, patos cuervos oscuros y otras aves, que por un momento descansan en sus ramas, listos para zambullirse en busca de peces. De pronto, en una larga playa de la orilla, vemos una miríada de aves de todo tipo, que descansan satisfechas tras una opípara comida, mientras otras vuelan rasantes sobre las mansas aguas o se clavan en busca de su alimento.

Esas aves compiten con los pescadores que laboran en el río, en sus pequeñas canoas y canaletes, usando anzuelos, pequeñas redes o trampas de agua que arman a orillas del río con pilotes y mallas. (O)

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