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El Telégrafo
Santiago Roldos

Un PRI lamentable y poco profesional (I)

04 de marzo de 2018 - 00:00

Empezaré la relación entre el proceder mafioso de Alianza PAIS y el PRI con un breve recorrido histórico del partido mexicano.
El PRI nació para contener a las diversas familias revolucionarias que, tras deponer las sucesivas dictaduras de Díaz y Huerta, se disputaban el poder a balazos, incluso después de la proclamación de la Constitución de 1917.

Las dos víctimas más célebres y convenientes para las élites, pues sus asesinatos permitieron el reparto sin detenerse a zanjar diferencias programáticas, fueron los líderes populares Pancho Villa y Emiliano Zapata.

Fundado como Partido Nacionalista Revolucionario (PNR) por Plutarco Elías Calles, justo después del asesinato del presidente electo Álvaro Obregón, en 1929 fue rebautizado como Partido Revolucionario Institucional.  

El oxímoron de sus siglas buscó encarnar el fin de los caudillos y la institucionalización de la revolución. Pero Calles fue el primero en contradecir sus intenciones, con un proyecto de eternización personal.

Entonces el aparato del partido, que ya había desplegado frentes de intelectuales, burócratas y líderes sindicales de cada familia caudillista, halló una solución salomónica atada al plan sexenal: durante su particular período, el presidente operaría como un faraón, reservándole incluso la decisión de nombrar a su sucesor, el famoso “dedazo”.

Eso sí, concluido su mandato, debía desaparecer por completo; tal vez conservando cierta influencia tras bastidores, pero en la asombrosa maquinaria priísta el nuevo emperador no debía lealtad alguna a quien le debía su cargo, al punto de establecerse la liturgia, al inicio de cada sexenio, de encarcelar a un hombre fuerte del antecesor.

Más eficaz y longevo que los Partido-Estado comunistas, albergando a todo el espectro ideológico, y secuestrando todo el debate político en su interior, la calma chicha del PRI duró hasta el asesinato de Luis Donaldo Colosio en 1994.

El mundo había cambiado, y tocaba reinventarse, otra vez, a balazos. (Continuará) (O)

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