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El Telégrafo
Silvia Buendía

Un país que no ama a las mujeres

11 de septiembre de 2022 - 00:00

Ayer mi compañera la periodista Sara España nos contaba en su artículo para diario El País que este es el año más sanguinario contra las mujeres en Ecuador.

Mientras escribo estas líneas hay contabilizados 245femicidios en el país. Estos superan ya los 227 del año pasado que, en su momento, rompieron el record histórico de asesinatos de mujeres en razón de su género desde que en 2014 empezamos a contar a nuestras muertas. Es decir, cada año nos va peor, cada año crece imparable la violencia machista. 

Pese a esto, a la fecha el gobierno ha utilizado solo el 5% de los fondos que debería destinar para programas contra la violencia machista. De los tres millones de dólares disponibles, apenas se han usado $124.269.

Cuesta entender tamaña indolencia porque la dimensión del problema es inabarcable y viene de lejos, y no solo atañe a las muertas, sino a sus familias y a la sociedad en su conjunto. Para ilustrarlo, me voy a permitir ser descarnada y contarles la historia de Angie Carrillo y de su madre, Yadira Labanda.

Un 28 de enero de 2014 a las once y media de la mañana Angie Carrillo salió de su casa hacia el banco. Yadira la espero con el almuerzo, pero su hija no regresó. De noche Yadira buscó a las amigas de la universidad, pero nadie había visto a Angie. Luego de dos días, le dijeron a Yadira que había que hacer afiches de Angie y ponerlos en las calles. En ese momento Yadira sintió que estaba viviendo dentro de una pesadilla, no podía creer lo que le estaba pasando. Que fotos de su hija estarían pegadas en los postes de Riobamba.

Yadira fue a la Fiscalía y con mucha timidez puso la denuncia de la desaparición de Angie. Fue sola, con miedo, cargando encima un sentimiento de culpa irracional. En la Fiscalía quienes tomaron su denuncia se encargaron de hacerla sentir mucho más culpable, cuestionaron que Angie saliera a fiestas, o que paseara con sus amigas. No solo criticaron muy duramente a Angie, sino también a Yadira.

La vida de Yadira se trasformó en una búsqueda. Dejó a sus demás hijos al cuidado de la abuela, renunció a su trabajo, abandonó todo para encontrar a su hija. El caso se Angie se trasladó a Quito porque ahí lo llevó la investigación. Todos los miércoles Yadira se paraba en la Plaza Grande con el retrato de Angie colgado en el pecho con todas las otras personas que tenían un familiar desaparecido. La mayoría eran madres que también buscaban a sus hijas. Algunas las buscaban desde hace muchos años como Elizabeth, la mamá de Juliana Campoverde, desaparecida desde el 2012. Cuando llegaban los medios de comunicación Yadira les mostraba la foto de Angie con la esperanza de que alguien la reconozca y le dé noticias suyas. Yadira no tenía abogado, ni trabajo, vivía de la solidaridad de la gente, de los almuerzos que sus compañeras la invitaban. Necesitaba trabajar, tener ingresos para seguir buscando a Angie. Un día que tuvo la oportunidad de conversar con la Ministra de Justicia y le dijo que ya no podía más. A la semana la llamaron y entró a trabajar en Quito en el Ministerio de Justicia.

A Yadira le gustaba lo que hacía, hablaba con otras madres que habían perdido a sus hijas y se sentía útil. Todos los días a la hora del almuerzo se iba a la Fiscalía a revisar la investigación. La fiscal y la secretaria ya la miraban mal.

El 5 de mayo del 2016 la fiscal llamó a Yadira, le dijo que creían haber encontrado a Angie, pero que tenían que confirmarlo. Yadira pensó que podría abrazar de nuevo a su hijita. Nunca le dijeron que Angie estaba muerta. La llevaron a Yadira a una quebrada, nadie le decía nada; pero cuando estuvo más cerca vio que había cintas amarillas delimitando el lugar y que dos personas con un uniforme blanco levantaban unas fundas de basura y las subían a una camilla. Yadira sintió que se moría, fue como si le arrancaran el corazón del pecho. Corrió donde un policía a preguntarle si en esas fundas de basura estaba su hija, pero él no le quiso decir nada. Yadira le lloró, le suplicó, le rogó que solo le dijera si habían encontrado una licra negra y una chompa blanca. El policía le dijo que sí. Fue el fin para Yadira.

Encontraron a Angie porque su femicida Bryan Alberto confesó que la había asesinado y dijo dónde la había enterrado. A partir de ahí inició otro proceso, el de buscar justicia. ¿Cómo pudo Yadira soportar tanto? No lo sabe, ella creyó que ya había pasado lo peor; pero se equivocaba. El caso pasó a Carcelén, Yadira tuvo que volver a contar la historia de nuevo, repetirlo todo. Una y otra vez. Y tuvo que escuchar que los abogados del asesino contaran mil mentirassobre Angie, que la vejaran, que la insultaran, que dijeranque Angie se merecía lo que le pasó. Yadira se amarró el corazón y cerró la boca para no crear un incidente que demore aún más el proceso.

El 26 de enero de 2017 le dictaron a Bryan Alberto 34 años y 8 meses de prisión por el femicidio de Angie CarrilloLabanda, la sentencia también incluyó 1.000 salarios básicos unificados y $20.000 como reparación integral a la familia. De más está decir que ese dinero jamás se pagó.

 

Al cabo de unos meses los abogados de Bryan Alberto apelaron, pidieron la rebaja de la pena porque el tipo penal no era el adecuado. Todo volvió a empezar. Yadira ya no quería saber nada de juicios y sentencias, pero una vez más se armó de paciencia y regresó a pelear para que lo condenen. En el tercer juicio sentenciaron a Bryan Alberto a 25 años de prisión por asesinato y la reparación simbólica aYadira, para resarcirla en algo de la tragedia que ella y su familia habían vivido, fue que siguiera trabajando en la Secretaría de Derechos humanos. Esa fue la orden, nacida de la voluntad política de la Ministra de Justicia de ese entonces.

Yadira pidió su cambio administrativo a Lago Agrio, donde está enterrada Angie, donde había vivido la familia en sus primeros años, y se puso a trabajar con víctimas de violencia de género y madres de desaparecidas. Se fue formando profesionalmente, hizo terapia, empezó a tratarse con más cariño y compresión, a no ser tan dura consigo misma, se metió a la universidad a estudiar derecho. Hasta que un día de 2020, en plena pandemia, le notificaron que estaba despedida.

Su trabajo era lo que le daba a Yadira Labanda una razón para vivir. Hoy Yadira pasa sus días recordando a su hija Angie, con dolor, pero también con dulzura, y con la esperanza de verse nuevamente con ella en otra vida, luego de esta.  

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