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El Telégrafo
Juan J. Paz y Miño C.

Triunfo o derrota

03 de marzo de 2014 - 00:00

La fase gubernamental 2007-2013 fue de transformaciones, esperanzas y confianza en el futuro de la ‘revolución ciudadana’, ratificada en nueve procesos electorales. En febrero de 2013, con el nuevo período presidencial y el arrollador triunfo de Alianza PAIS (AP), la revolución entró en una segunda fase, que ha evidenciado la consolidación de una nueva clase política ligada a AP y de una tecnoburocracia oficialista, para quienes hay decisiones de las instituciones de Estado que se imponen como incuestionables, por el apoyo popular que han considerado incondicional y sólido para el largo plazo.

El ‘revés’ en las recientes elecciones del 23 de febrero desnudó otra realidad: ha sido descuidada la organización, movilización y edificación de una conciencia popular, que son las que pueden sostener a la revolución ciudadana precisamente en el largo plazo.

Dichas elecciones no cuestionaron la economía ni los evidentes logros sociales. Tampoco la falta de “libertad, democracia y solidaridad”, como interpreta un banquero excandidato presidencial. El remezón es político. Y cabe advertirlo como la acumulación de reacciones, en tan solo un año, expresadas en una especie de voto-castigo sobre diversos motivos: el “sectarismo” (reconocido por el presidente Correa); poses arrogantes y verticalistas en diversas instancias; el tema Yasuní; el del aborto; las cadenas mediáticas; las descalificaciones a críticos u opositores; el trato a los médicos, los estudiantes o los indígenas; el Código Penal; los dogmatismos en la categorización de universidades, etc.; y finalmente los ‘errores’ de campaña: imposición de candidatos; menosprecio a las alianzas con fuerzas amigas; medidas desesperadas sobre multas y peajes, etc.; y, ante todo, la figura del Presidente encabezando tarimas y opacando a los candidatos locales.

Hay suficientes experiencias históricas en América Latina de procesos revolucionarios o reformistas que luego se institucionalizan en el poder y terminan por declinar. Algo parecido ocurrió con la Revolución Liberal Ecuatoriana (1895).

Las recientes elecciones demostraron que la popularidad y liderazgo del presidente Correa no son transferibles; que la política local tiene lógicas diferentes a la nacional; y que el gobierno y AP tienen todavía la oportunidad para evitar riesgos al futuro de cualquier proyecto de izquierda, pues desde hoy aspirarán a retornar, más triunfantes, aquellas fuerzas políticas interesadas en revertir todo lo que se ha logrado.

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