En la persecución y el enfrentamiento, el joven adolescente fue abatido por el policía. El hecho se suscitó luego de que dos adolescentes despojaran de sus pertenencias, gloriosamente, a los desgraciados civiles indefensos, víctimas continuas que somos del hampa.
Pero no les escribo esta vez para hablar de nuestra miserable inseguridad ciudadana o nuestra existencia esclava de la delincuencia, sino para insistirles a ustedes sobre la gravedad de una vida perdida. En especial si fue la de un joven. Uno muy tonto, pero víctima del sistema productor de criminales en el que se nos está organizando.
No debemos celebrar la muerte del joven delincuente, aduciendo que “se lo merecía” o que eso ahorra un montón de problemas a la sociedad.
Con ello legitimamos que la forma de combatir la delincuencia es matando a los criminales, saliendo a flote nuestro más enfermo lado fascista y deslegitimando al derecho con el cual debe darse tratamiento a estos eventos.
Que, por cierto, se ha dicho que deja mucho que desear, la ley y su sistema penitenciario.
Este es un mensaje para aquellos que creen que una vida vale un celular, una funda de hache o un futuro prometedor. Porque “joven” es sinónimo de “futuro prometedor”, y es nuestra responsabilidad como gobierno, sociedad, institución, si hay jóvenes delinquiendo, siendo reclutados o amenazados por bandas criminales con asesinar a sus familias, si no consumen o trabajan para ellos.
No puedo pedir a los criminales que dejen de matar y dejen a los jóvenes en paz, porque su negocio, dar muerte, es irracional y fuera de todo entendimiento. Pero sí puedo ser claro con las autoridades encargadas, haciendo un llamado para que paren la carnicería: si es ministro, juez o fiscal, hagan su trabajo; dennos institucionalidad.
Con los ciudadanos, los que no tienen pereza de leerme: dejen de celebrar las muertes. Con los padres: vean bien en qué andan sus hijos y no se quejen por las consecuencias. Y a ti, joven marginal: no seas tonto, ve por tu bien. (O)
