Esa parece ser la situación de Ecuador en este año desde las últimas elecciones presidenciales. Se comenzó con una campaña de odio contra el Presidente anterior y todo lo que podía relacionarse con él. Jorge Glas es la gran víctima, pero también un ambiente de desconfianza y oposiciones: se cosecha lo que se siembra.
Llama también la atención el atropello a las leyes en los distintos ámbitos de la vida pública: las contradicciones se multiplican a todos los niveles y no se ve ninguna institución capaz de volver a ordenar la convivencia ciudadana. Los grandes medios de comunicación se han alineado con el pensamiento único derechista, manipulándonos, sin darnos la pluralidad de informaciones que nos permitan crecer en espíritu crítico y participativo.
Las izquierdas se perdieron en su laberinto derechista. El consumismo sigue campante en los malls, los supermercados y la televisión. También preocupa el giro a la derecha y el entreguismo internacional. Cada vez más las opciones de la derecha se confirman, en particular en lo económico, y la presencia de gringos y europeos se hace más evidente en las orientaciones políticas del país. Los llamados a entrar en la Alianza del Pacífico liderada por Estados Unidos y a salir de la integración latinoamericana, dejando la Unasur (Unión de las Naciones Suramericanas), se hacen más fuertes.
La entrada en el Plan Colombia, o como se lo quiera llamar, con los acuerdos con el Gobierno colombiano, no deja de ser una sumisión a las pretensiones norteamericanas de volver a dominar América Latina. En definitiva, se rompió el anhelo del pueblo ecuatoriano de tomar rumbos de vida mejor y de señales de esperanza para América Latina: parece que regresamos a los desastres de la década del 90. ¿Y la presencia profética de los cristianos en todo esto?
“Un reino dividido al interior de sí mismo –decía Jesús– corre a su ruina”. ¿Quiénes nos van a detener en este camino al abismo, en particular para el mundo de los pobres, al que nos enrumbamos? (O)
