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El Telégrafo

¡Todo vale!

28 de noviembre de 2012 - 00:00

El holandés Vincent van Gogh, uno de los grandes maestros de la pintura universal, vendió un solo cuadro en toda su vida y a su hermano menor Theo. Ahora sus cuadros son los más caros del mundo. ¿Acaso los mercados pervierten el presente del arte?

Reconocer que vivimos el modo de producción capitalista, en el que el objetivo del capital es su autoexpansión, puede ser un punto de partida para hacer un esbozo en torno a la cultura y el mundo del mercado. Para justificar los fundamentos de esa autoexpansión que desconoce fronteras culturales, se promueven nociones abstractas de libertad, igualdad y homogeneidad que no resisten su contraste en la realidad. ¿Igualdad de qué? ¿Libertad para quién? ¿De las avalanchas mediáticas tal vez?

Para la fiebre descontrolada del mercado capitalista todo es susceptible de compra y venta. Podríamos hacer un listado interminable: los bienes tangibles, los servicios, los riesgos, la enfermedad, las hipotecas de alto riesgo subprime; y también las drogas, los seres humanos, la biodiversidad, la naturaleza y, por supuesto, determinadas expresiones culturales, como la literatura, la música, la danza, las artes plásticas, etc.

Al respecto, los dueños del capital viven y promueven el individualismo, la propiedad privada y el mercado como institución central ordenadora del sistema, con una devoción fanática que quiere empujarnos a todos cuanto antes hacia el abismo.   

En estricto rigor, el mercado capitalista no diferencia si lo que se intercambia por dinero es arroz, energía eléctrica, la evasión de una dosis de heroína, el cuadro “Los comedores de patatas”, del mismo afamado pintor holandés, o “El patrón del mal”, esa telenovela colombiana que se ha puesto últimamente de moda. En el mercado todas estas mercancías pueden ser reducidas a la lógica de la oferta-demanda-precio, que es la lógica en la que el capitalismo realiza su autoexpansión. Todo tiene la posibilidad de convertirse en mercancía para promover la autoexpansión del capital. En la naturaleza del mercado nada existe que impida transformarlo en mercancía, porque debe cumplir de manera obligatoria los “designios sagrados” del capital.

Para evitar que los mercados perviertan todo, no debemos olvidar que la cultura es, por sobre todo, un conjunto de valores de uso, pues satisface necesidades humanas imprescindibles. El arte, que forma parte de la cultura, es una expresión necesaria de la vida que permite a los seres humanos crecer de manera integral como individuos y como sociedad. Por su propia naturaleza, está muy distante de ser un simple objeto de posesión o una mercancía condenada con fecha de expiración.

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