Es domingo, una de la mañana, y tengo que regresar a casa, pero la peligrosidad de la urbe me impide salir a la calle para esperar a un, por las altas horas escaso, taxi amarillo. Para eso, sabemos, hay varias opciones de empresas privadas o apps que, además de buen servicio, dan seguridad.
El 6 de noviembre pasado, alrededor de 7.000 taxistas tradicionales obstaculizaron forzosamente el tránsito sin amonestación alguna. Al parecer, siempre se trata de imposiciones que, en general, todos los ciudadanos nos tenemos que calar, ya que hablamos de una “Fuerza” al estilo de Star Wars. Pero esta no es la época en la que dejando de trabajar se obtiene mejor resultado, porque hay muchos detrás con bellas ofertas cazando clientes.
N. es abogado y trabaja para una compañía de taxis privados. Me dice que se le ha hecho muy difícil conseguir trabajo, pero que de todas formas “cachuelea” divorciando a los amigos, aunque su principal ingreso es “taxiar”; y lo tiene que hacer porque tiene tres hijos que alimentar.
Por acá, a un ingeniero le dieron de alta en su trabajo y mientras esperaba conseguir otro, dio una entrada para un vehículo, el mismo que utiliza ahora para laborar. Le pregunto su opinión sobre “quitarles pasajeros a los taxis reglados”, me contesta que “el sol sale para todos”.
Hay puntos que no podemos perder de vista: el empleo está muy escaso; Guayaquil es insegura y tenemos antecedentes fatídicos de lo que implica tomar taxi libremente en la calle. Sumemos que la atención de los señores taxistas agremiados no siempre es la mejor… peor si la “fuerza” impone sus reglas.
¿Cuál es la justificación sobre el desuso del taxímetro? Si lo solicitamos, se enojan. Se dice que es porque al guayaquileño le gusta negociar. Pero no se puede negociar el calor dentro de los buses, ni la sardinera que se vive en la Metrovía; tampoco negociamos los precios en el súper, etc.
Oponerse a la libertad de trabajo de otros a través de la “fuerza” no es la vía, mejorar la atención sí. (O)
