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El Telégrafo
Felipe Rodríguez

Suicidio de Alan García

29 de abril de 2019 - 00:00

El suicidium es el fantasma del que nunca hablamos, aunque su tenue rumor fluctúa en la noche. Pertenece a la tópica cultural de la vergüenza. En Atenas el suicidio arrebataba el derecho al recuerdo. En Roma, el suicidio de esclavos era un delito económico (el perecer del objeto); desde el Concilio de Arlés (452 d.C) para los cristianos se convirtió en obra de Satanás y el alma era excomulgada y nuevamente es la religión la que nos hizo sentir vergüenza de aquello que deberíamos hablar, porque ninguno de ustedes está exento de ver a un hijo lanzarse al precipicio. Pero prefieren callar porque es más fácil mirar hacia otro lado.

¿Qué te pasó, Alan García? ¿Fuiste valiente o fuiste un cobarde? Nadie tiene derecho de juzgarte por acabar con tus latidos, pero sí de analizar la finalidad que tuvo para ti el sol de cada mañana. Hoy te uniste a otros que segaron su propio existir y vaya Zaratustra a saber si hoy descansas junto a Hitler, Himmler, Göring, o junto a Salvador Allende, Sócrates, Séneca y Hemingway.

La conciencia es aquella que nos susurra en el oído. La cognición la que te recuerda los cabos sueltos que dejaste en tu andar. ¿Te gusta el dinero y tus vecinos tienen más que tú? No los envidies y recuerda que la felicidad del dinero no radica en su existir, sino en su camino. El dinero sucio enturbia el agua en que te bañas, podrás sentir su aliento fétido en la nuca.

Tuviste, Alan, solo un instante vida y eternidad de muerte. Quizás nadie te contó mi secreto para vivir tranquilo exprimiendo cada aliento: “Paz siente el abogado penalista al que le allanan la casa y sonríe, porque ni debajo de las piedras tiene algo que esconder”.

Lo difícil no es ganar dinero, lo difícil es ganarlo haciendo algo a lo que valga la pena dedicarle la vida. Y no Alan, no me importa cómo moriste, pues ese momento íntimo es solo tuyo. Lo que importa (a tu pueblo) es cómo viviste. Como abogado, para mí eres inocente hasta que se pruebe lo contrario, pero culpable o no, fuiste tan humano que a la muerte nada te llevaste. (O)

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