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El Telégrafo

Sobre lo que pasa en Siria

03 de abril de 2012 - 00:00

Cuando veo lo que pasa en ese país me dan ganas de vomitar, pero callar es ser cómplice de las guerras humanitarias que, con tanta desfachatez, se pregonan y que convertirán al mundo en un desierto de flores marchitas, azotado por vientos de dolor. Ante el poder gigantesco de la irracionalidad intento que el lector no se deje arrastrar por las mentiras cotidianas y se detenga la locura que conduce al fin de nuestra civilización, que todavía no ha madurado y se encuentra en pañales luego de ser formulada por los griegos.

Hoy, unos quídam, que se proclaman amigos de Siria, piden reconocer al Consejo Nacional Sirio como “el representante legítimo de todos los sirios”, para luego exterminarlos en nombre de la libertad, que ellos no conocen ni por equivocación, igual que ya lo hicieron con el pueblo libio. Se cumple así, según Goya, que el sueño de la razón produce monstruos,  aunque mejor sería decir el sueño de la sinrazón.

La Sra. Clinton, una verdadera Hitler con faldas por su capacidad de vanagloriarse por las muertes que causa, ya que sostuvo muerta de risa: Wuao, fuimos, vimos y se murió, o sea... lo matamos, al referirse al magnicidio de Gadafi, se afila las uñas y se regocija de las muchas muertes que espera causar.

Este émulo de Elsa Koch, de cuyo ser emana odio, dejó claro que no espera cambios sustanciales en lo que diga Annan, pues para ella “Al Assad ha decidido añadir este caso a su larga lista de promesas rotas”, como si el gobernante sirio hubiera prometido entregar su país a las huestes imperiales enviadas por la OTAN y los estados dictatoriales del Golfo. 

Le importa un bledo que el proyecto de reforma constitucional, sometido a referéndum por el actual presidente sirio Bashar al Assad, haya sido aprobado por más de 8 millones de sirios, casi el 90% de los votos emitidos; los millones de muertos que podrían causar sus bombardeos humanitarios; la destrucción de la más antigua capital del mundo, Damasco; las sangrientas guerras sectarias, con el correspondiente genocidio de las minorías cristianas y de los sectores laicos de la sociedad; porque el propósito imperial es reemplazar una república laica por una dictadura teocrática que les permita dominar el Medio Oriente.

Por eso rechazan los llamamientos de Rusia y China para el diálogo y las negociaciones, que el régimen de Al Assad aceptó.

Ahora se entiende la respuesta de Gandhi cuando le pidieron su opinión sobre la civilización occidental. “¡Que sería una buena idea!”, respondió el gran estadista.

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