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El Telégrafo
Daniela Ángela Leyton Michovich

Sindicatos del crimen y Estado

27 de agosto de 2021 - 00:52

Una de las heridas más fuertes en El Salvador es la provocada por las violencias de las Maras, pandillas vinculadas con el crimen organizado, compuestas inicialmente por los hijos de salvadoreños guerrilleros exiliados en Estados Unidos que habitaron en el sur de Los Angeles. Estos grupos fueron expulsados del país del norte en la década de los 90  producto de la política de Bill Clinton y en consecuencia, migraron de forma masiva a Centroamérica. Paradójicamente, hoy, son los centroamericanos quienes migran al país del norte escapando de la pobreza y la violencia de estos grupos irregulares.

El año pasado, el presidente de El Salvador  Nayib  Bukele impuso mano dura contra las Maras,  quienes hasta la fecha lograron instalar un Estado paralelo, con una capacidad de control territorial que abarca desde las pequeñas cuadras de las calles, hasta los barrios y municipios enteros del territorio nacional. Estos grupos se dedican al sicariato, la extorsión, a reclutar jóvenes,  administrar espacios para la venta de drogas, entre otros negocios relacionados con la mafia y el crimen organizado.

A pesar de las continuas afirmaciones del gobierno salvadoreño de negarse a negociar con estos grupos, rumores sobre posibles acuerdos y reuniones entre la administración de Bukele con  las Maras circulan en distintos medios de comunicación. Ahora bien, de comprobarse este hecho, no sería un evento extraño y es de advertir que su análisis supera la simplicidad de una posición maniquea.

Sucede que la mafia organizada como fenómeno social complejo, como estrato y mecanismo de ascenso social, se sirve de jóvenes y de subalternos estructurados en pandillas que fungen como un brazo de fuerza armada que les permite ganar o mantener su poder. Puede darse el caso de que la mafia supere con amplia distancia  el poder de acción de la fuerza pública, que se haya instalado en una retícula compleja dentro del mismo aparato administrativo gubernamental y que logre aprovechar todos los vacíos de un Estado con capacidades estatales débiles. Este escenario  puede eventualmente generar procesos de negociación con la clase política de turno que intenta de alguna forma recuperar la gobernanza o impulsar intereses personales/sectoriales. Un ejemplo de este tipo de suceso, puede ser la antigua e  histórica relación de acuerdos/negociaciones entre la mafia Yakuza (Japón, originada en el siglo XVII), la administración gubernamental pública de este país y el Imperio, otra, aquella llevada acabo entre la mafia siciliana bien con miembros de la clase política italiana o  con actores de la clase política norteamericana.

Bukele ha afirmado que la lucha ahora está en captar la mayor cantidad de jóvenes y “arrebatárselos” a las pandillas, promete dar con “las cabezas de las mafias”. De momento no se vislumbra una gestión que no opte por la violencia para, paradójicamente, evitar la violencia, esta parece una formula peligrosa con un horizonte bastante más oscuro para la población salvadoreña en particular y latinoamericana en general.

 

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