Imagine un mundo donde ser homosexual sea lo “normal” y usted tuvo la mala suerte de nacer heterosexual. Sí, nacer. La orientación sexual no se elige.
Sigamos. Resulta que en la escuela le hacen bullying sus compañeros de clase porque se dieron cuenta de que a usted le gusta una compañera, es más, el profesor llama a sus padres a una reunión para comentarles que ve en usted comportamientos extraños que deben ser corregidos. En su casa, sus padres (papá y papá) lo reprenden y le dicen que debe ser “bien mariquita”, y nada de estarse fijando en mujeres, que eso es pecado.
Usted intenta seguir la norma. Llega a la adolescencia y conoce en su colegio a una mujer heterosexual, y con la convivencia en clases se enamoran.
Sus compañeros lo descubren y entre algunos lo golpean para ver si se le pasa lo “heterosexual”. Sus padres deciden radicalizar su posición. Alguien les aconseja un centro de “desheterosexualización” y lo llevan a la fuerza, donde es humillado, golpeado y torturado. Salió y no se “curó”. Se promete a usted mismo superar tanto dolor. Entra a la universidad y consigue un intercambio en el extranjero por pocos meses.
En aquel país descubre otra realidad. Tiene una novia y vive su romance sin prejuicios sociales. Regresa a su realidad, se gradúa. Consigue un trabajo, se independiza de sus padres, pero al poco tiempo lo despiden porque su jefe considera que un hetero daña el ambiente laboral.
Pasa malos tiempos pero encuentra otro trabajo; y otro amor, ahora el que usted considera definitivo y quiere casarse, pero no puede porque en Ecuador el matrimonio es solo para personas del mismo sexo. Y así puedo seguir relatando su vida siendo heterosexual en un mundo homosexual.
¿Le pareció una exageración? Pues no, es lo que viven muchas personas en sociedades homofóbicas.
Por eso marchamos cada año en el Día del Orgullo, porque seguir de pie y con la frente en alto, en una sociedad tan violenta hacia las poblaciones sexo diversas, es de valientes y es digno de ORGULLO. (O)
