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El Telégrafo
Juan Montaño Escobar

Si la tierra tiembla...

20 de abril de 2016 - 00:00

Así funcionan los sistemas naturales, en este caso el geofísico, desde que el planeta se formó en sus fases líquida, sólida y gaseosa; produciendo energía con sus efectos favorables y desfavorables. Acordémonos de Albert Einstein resumiendo aquello de masa y energía en esta preciosura E=m c2. La liberación de una cantidad incalculable de energía en forma de ondas sísmicas es un proceso normal y no tiene nada de infernal o castigo divino, aun por las víctimas o los destrozos, así es que rezar está bien, pero no es suficiente; hacer funcionar la fe con nuestras emociones ayuda, pero hay riesgo de resignación. Sentenciados a ser resilientes. Los efectos periódicos de tierra ‘temblando’ continuarán, así ya no estemos como humanidad en la superficie; no es maldición ni el destino inexorable de algunos países, entre ellos el nuestro, es gestionar colectivamente esa amenaza. Tampoco se trata de ‘vencer’ a la naturaleza, qué va, ya somos moléculas abusivas de ella; hay que gestionarla, ni siquiera intentar gobernarla por aquello de cientistas pretenciosos.

Si la tierra tiembla no tenemos más que la misma tierra para acomodarnos, salvo ese día que alcemos el vuelo con alas mecánicas. Los temblores sacan lo mejor de la nación terrícola: solidaridad impensable un minuto antes, el abrazo que nos devuelve al estado de la sinceridad prístina o emociones insoportables de lo fuertes que son. La especie se retrata al fin en sus discursos de virtudes. Jamás debería ser que esa condición de transitoria indefensión nos devuelva al cariño y valor de humanidad, porque estaríamos condenados a la perpetua sobrevivencia en la intemperie feroz de los resultados de las leyes físicas naturales. Inteligencia individual y colectiva es ser sentipensante sin las pausas de lo extraordinario, algo tan cotidiano como el saludo sin obligación, facilidad para entender que cada acto nuestro no desaparece, más bien se transforma; y que la naturaleza no castiga ni premia, apenas actúa con sus códigos eternos.

El sábado 16 de abril, unos minutos después del larguísimo minuto, este jazzman corría desesperado a casa, porque son ratos que se quiere tener a familiares y amistades a un jeme de la protección presencial. Ya más tranquilo se evalúa para saber “si cada paso anterior dejó una huella incorporada al saco” de las buenas experiencias. (La idea es de Pablito Milanés). Vi a mi gente subir de la ribera del río Esmeraldas caminando en orden, a marcha de niñez protegida, con botellones de agua y mochila. “Me gané el salario”, murmuré. Los continuos simulacros que hizo la pasada administración municipal de Esmeraldas, con apoyo de la cooperación internacional (Oxfam, Unicef, Unesco y otras) y nacional (Secretaría Nacional de Gestión de Riesgos, SNGR, Cruz Roja) mostraban sus buenos resultados.

La decepción fue el descontrol de la movilización vehicular de cara a la emergencia, con la ciudad a oscuras y miles de personas caminando hacia las áreas altas, pudo ser peor. (O)

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