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El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

Shamuy

27 de junio de 2020 - 00:00

Estamos en un tiempo mágico. Es el solsticio de verano. Desde tiempos inmemoriales los pueblos del mundo han celebrado este tiempo de cambio. Griegos, romanos, aztecas, incas, hispanos, hindúes, natabuelas, otavalos o cayambis. En la Sierra ecuatoriana se celebra cuando se despejan las montañas, silban los vientos y cae el sol verticalmente. Los pueblos indígenas hacen homenaje al sol, a la abundancia, a la libertad.

En Imbabura, los músicos acompañan, mientras los hombres bailan acompasadamente en grupos, formando cuadrillas, trazando figuras, en círculos, en líneas, tomándose plazas, portando aciales, con frecuencia peleando entre sí. 

Primero hay que purificarse al rayar el alba, esto significa bañarse en la acequia con ruda, chilca, ortiga y eucalipto. Luego elegir al Capitán que buscará a los maestros músicos, para invitar a todos, de casa en casa, a bailar: ¡shamuy, vengan, únanse! Las botas de suela ayudan para poder marcar el paso fuertemente al zapatear. Ese calzado se hereda de padres a hijos. Lo mismo que polainas, zamarros, chalecos, sombreros, pañuelos de colores. Todo está acompañado por la música. Churos, cuernos, arpas, pingullos y guitarras suenan en su marcha; las mujeres ofrecen comida y trago. La chicha, el mote, el fréjol, el ají, la pepa de zambo, la gallina, la carne son el agasajo para los danzantes. 

El grupo de danzantes va engrosando. Se unen los varones, niños y adultos; bailan un día, descansan el otro, vuelven a bailar, hay días para que las mujeres salgan a bailar, hay días para que los hombres se disfracen de mujeres. Hay días para saltar chamiza. Quien ha acompañado en los San Juanes, ya nunca será el mismo. El sonido acompasado, el zapateado y el movimiento contagia, retumba y hace vibrar todo tu cuerpo.

Sobre la magia de esta época, se hacen eco los clásicos europeos. Así, Shakespeare escribe su Sueño de una noche de verano, que en realidad debería llamarse “de la noche de San Juan”, una obra llena de fantasía, sueños, amor y encantamiento. Lope de Vega, mientras tanto, en “La noche de San Juan” representa la transgresión, la experimentación de lo prohibido, el amor y sus hechizos.

Para ponernos a tono y participar en la renovación, tal vez deberíamos ponernos a bailar unos Sanjuanitos. Quizá logremos así captar la magia de estos rituales, que como mestizos no alcanzamos a comprender. (O)

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