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El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

Ser médico en tiempos de pandemia

24 de julio de 2021 - 00:08

Consultar a médicos después de haber sufrido la COVID-19 es una labor interminable. Según reportan los organismos de salud, la enfermedad puede afectar al corazón, riñones, intestino, sistema vascular e incluso al cerebro. Las secuelas pueden ser neurológicas, cardiovasculares, cutáneas, musculares, óseas... Por ello es necesario identificar a muchos especialistas y hacerse exámenes, TAC, resonancias, pruebas de antígenos, de resistencia, PCR, radiografías, etcétera, etcétera.

En ese largo peregrinar determinar quién es un buen médico resulta un ejercicio agotador. Primero se recurre a los médicos de cabecera. Luego a los médicos amigos. Después se pregunta a las amistades... Y ¡empieza el tour! Ya en el consultorio del médico al que se ha llegado es necesario esperar al menos media hora, y cuando se lo tiene delante, obligatoriamente se evalúa si el profesional es un médico o un robot.

Muchos facultativos cuentan ahora con formatos digitales de diagnóstico preformulados que llenan para hacer la historia clínica del paciente. Preguntan interminablemente sobre las enfermedades preexistentes, las de los progenitores y las de los cosanguíneos siguiendo el protocolo que está en sus computadoras. El médico no permite que el enfermo le explique sobre sus síntomas y le obliga a contestar exclusivamente en términos cuantitativos las preguntas que le hace: fechas, eventos, número de ocurrencias. Cuando el doliente se explaya, el médico le recuerda que debe hablar exclusivamente de lo que se le está preguntando y ¡nada más! Quien acude al médico se siente acosado, no servido.

El interrogatorio puede tomar al menos 40 minutos. El paciente, mientras tanto, se siente un ratón de laboratorio. El examen físico toma el tiempo indispensable y se sale del consultorio con una runfla de solicitudes de exámenes que dejan exhausto a cualquiera con solo pensar que deberá invertir una gran cantidad de tiempo y dinero en su ejecución. La consulta médica no ha establecido ningún vínculo entre paciente y galeno.

Es entonces cuando personas como yo añora enormemente a su abuelo médico. A su sapiencia, a su empatía, a su ciencia, a su entrega, a su paciencia. El médico no ha tenido ni un ápice de compasión para preguntar cómo se sintió la persona durante la enfermedad, cómo le trataron los hospitales, cómo la superó. Tampoco le felicita por haber sido un/a sobreviviente. No se ha tomado ni un minuto de la hora en que le atiende para mostrarle que simpatiza con su dolor y con la angustia que debe haber sentido y siente. Al final de la consulta el paciente sabe que el galeno podría curar sus males, pero no su angustia porque le ha cogido recelo y temor. Y se ve obligado a volver con los exámenes para que emita su sentencia.

¿Desde cuándo la profesión médica se volvió tan inhumana? ¿Será que el tiempo de la pandemia ha acelerado el uso de la computadora y de los cálculos para determinar el diagnóstico y el uso eventual de medicamentos? ¿Estaremos exigiendo demasiado cuando la atención de salud se vuelve cada vez más escasa y más cara? El problema de la formación a médicos en Ecuador es crucial.

Los enfermos sabemos que requerimos de los médicos como de un ancla para sobrevivir. Sin ellos la vida de quien los requiere no puede mejorar. Pero en la realidad constatamos que en una sociedad jerarquizada los malos médicos pueden utilizar su profesión como un arma para que el paciente sienta su poder determinante.

En las páginas de las Memorias de un cirujano de mi amado abuelo Emiliano J. Crespo se muestran las cualidades que debe tener un médico para curar. La primera y más destacada es la de ser un buen comunicador: hablar y escuchar, establecer un vínculo, mostrar al paciente su voluntad de resolver sus problemas. Es una cualidad crucial junto a la empatía y al hacer que el paciente verdaderamente sienta que va a aliviar y resolver sus malestares.

El buen trato al aquejado es un comportamiento consustancial al quehacer médico. Como decía mi abuelo, es una combinación de habilidades la que diferencia a un gran médico de uno corriente. Los médicos deben ser amables, buenos oyentes, empáticos hacia las preocupaciones de sus pacientes. No deben sentirse superiores ni mostrarse arrogantes. Deben tratar a los demás como quisieran que los traten a ellos. No hay enfermedades, sino enfermos. El enfermo siempre tiene la razón.

Añoro a los grandes médicos del pasado. Ellos crearon escuela y fueron reconocidos por la sociedad en que vivieron. Eran omniscientes, generosos, dedicados, entregados; lo mismo atendían un parto que enderezaban un tobillo. Y habían cursado en centros mundiales de educación de altísimo nivel. Eran maestros sabios y comprometidos con la salud de sus pacientes. Existen todavía médicos así, que fueron los que salvaron la vida a los sobrevivientes de la COVID-19. Cabe estar cerca de ellos y seguir buscando, con palo de romero, a otros que se les parezcan.

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