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El Telégrafo
Mauricio Maldonado

Señores compatriotas

19 de mayo de 2020 - 00:00

En uno de sus poemas, Jorge Enrique Adoum habla de lo difícil que le había resultado estar orgulloso del Ecuador, al verlo siendo cien veces el mismo, repetido de las formas más absurdas, a causa de unos “señores compatriotas”: “si de la tierra no te quedara amar sino el paisaje”, dice.

Porque no importa lo que suceda, el Ecuador –aquel país tan improbable que por ello no celebra la fiesta de su nacimiento como República– se repite siempre en su historia, como en eternos ciclos: círculo, sobre círculo, sobre círculo. Este genuino país de contemporáneos (sin pasado, porque ignora su historia, sin futuro, por la misma razón), que tanto creemos amar, aunque solo sea en palabras, se fagocita a sí mismo.

Nosotros, que deberíamos aprender a ser más críticos (a apuntar con el dedo, a mirar también la viga en nuestros ojos), nos sentimos cómodos en nuestra complacencia. Por eso es fácil explicarse por qué, estando en juego nuestra propia supervivencia, nos decantamos fácilmente por la defensa impertérrita de nuestro espacio propio.

Quizás esto se haga patente, más que en cualquier otra cosa, en el nivel de corrupción que –según indican los sondeos– muchos ecuatorianos soportan sin mosquearse. No sorprende en absoluto: basta ver que, incluso en medio de una pandemia, pululan los sobreprecios; pero no solo eso, porque también en pequeña escala se ha sabido de varios casos en donde a los parientes de fallecidos con covid-19 no les han devuelto sus pertenencias, mientras que a otros incluso se les ha querido cobrar por recuperar sus cadáveres. Esas personas, no tengo dudas, si estuviesen en un cargo más alto, serían de aquellos que transan por millones.

Si a ello le sumamos que también “el paisaje”, nuestra naturaleza, está en peligro, el cuadro se completa. Basta pensar en la explotación del Yasuní, en la erosión causada por el río Coca, en las miles de aletas de tiburón que llegan al mercado chino, para no hablar de aquellos que ahora quieren transformar a las Galápagos en un resort. Por un puñado de dólares, podríamos no tener para amar ni siquiera el paisaje. ¿Es este, en serio, el país que queremos? (O)

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