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El Telégrafo

Salud, calidad de vida y revolución

03 de febrero de 2013 - 00:00

La salud debe entenderse como la óptima calidad de vida sustentada en la satisfacción de las necesidades humanas, como derechos.

Con solidaridad entre los seres humanos y armonía con la naturaleza, lejos del consumismo. Es el Buen Vivir. Los cambios de los últimos años apuntan al mismo. El ejercicio de la seguridad y soberanía alimentarias, la salud sexual y reproductiva sin mojigaterías, la baja del desempleo, la superación de las inequidades de género, etnia y generación, la disminución de la migración, la elevación de la autoestima poblacional, la mejoría de los servicios de agua potable, alcantarillado, electricidad, teléfonos, las transformaciones en educación y salud (aunque queden temas pendientes como la construcción del Sistema Nacional de Salud a partir de la Atención Primaria de “Salud”), en vivienda y bienestar social con el bono de desarrollo (que cubre ahora más del 50% de la población adulta mayor -como “pensión universal”- modesta aún, pero válida sobre todo para las parejas rurales -pues la pensión del seguro social apenas alcanza al 20%-), los notables y emocionantes aportes en la cultura –como en el cine- y a la interculturalidad, la inversión en talento humano para estudios en las mejores universidades del mundo, la infraestructura vial, la de plantas hidroeléctricas, de refinación petrolera, la recaudación de impuestos, el mejoramiento de la atención en las oficinas públicas, la política internacional de dignidad con los procesos de integración andina, sudamericana y latinoamericana, etc.

Estos cambios son ciertamente revolucionarios en el difícil proceso de poner al Estado a defender lo público, sobre todo cuando se hallaba al servicio de los grupos privados dominantes. El Estado capitalista no desaparecerá tan fácilmente. No es posible esperar que se acabe para construir el nuevo sobre sus cenizas, pues los cambios revolucionarios para transformarlo deben darse también dentro del mismo, como espacio de lucha. El Estado es el único que puede controlar al mercado para que responda a las necesidades de la población. Ni el Estado ni el mercado son malos por sí mismos, lo son cuando generan dominación, subyugación, acumulación, injusticia y sirven solo para la prioridad capitalista del “tener” humano y no del “ser” humano.

No se puede negar el avance en todos los campos, incluido el de salud como calidad de vida o Buen Vivir. El proceso requiere continuar con todo el respaldo poblacional.

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