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El Telégrafo
Xavier Lasso

Rojo de la vergüenza

26 de junio de 2018 - 00:00

A nadie se debe descalificar por su edad. Viejo, cuando de esa edad hablamos, pretende ser insulto que solo desvela los enormes prejuicios y ceguera de quien lo utiliza. Julio César Trujillo (Carlos Julio Arosemena hizo que pase a la pequeña historia como “gallo hervido”) es un político ecuatoriano de dilatada trayectoria. En mi memoria tengo la imagen de un señor con un hablar como enredado, sin mucho carisma, pero muy porfiado.

Su matriz ideológica fue el Partido Conservador, del que se aparta porque en cierta medida algunos postulados de la Teología de la Liberación le permiten avanzar.

Siendo abogado se vincula, por ejemplo, a Pachakutik que, a su vez, reconoce en él sus aportes a los debates sobre la plurinacionalidad, muy importantes en el Ecuador de esos días. Trujillo habla de su intachable hoja de vida, la vamos a respetar en lo que a temas personales se refiere.

En lo político he de recordar que fue candidato a la Presidencia de la República en 1984 y obtuvo el 4,7% de los votos, unos 100.000, y ocupó el séptimo lugar de los nueve postulados; asambleísta constituyente en 1998, los de la Constitución que terminó sus sesiones en un cuartel militar; que luego no alcanzó el favor del pueblo, del que ahora él tanto habla, para ocupar curul alguna en el Congreso.

Trujillo ha dicho cosas que resultan inconcebibles para un abogado, como considerar que el Consejo Transitorio que él preside estaría por encima de la Constitución si hubiese contradicción con ella. Trujillo, cuyo nombre nunca apareció en ninguna papeleta en el referéndum y consulta de febrero de 2018, lo que quiere decir que el pueblo no lo escogió para la función que hoy desempeña, luce como si de un constituyente se tratara.

Como si el poder que hoy ostenta (“no me obligue a usar la fuerza pública para reducirle al sitio que le corresponde”, le espetó en lenguaje de dictador o de vulgar policía a Gustavo Jalkh) fuese supremo y le permitiera hablar con el lenguaje propio de los que tienden a despreciar a los demás (“caterva de sinvergüenzas” calificó al Consejo de la Judicatura). La relación de Trujillo con la Asamblea, al menos con parte de ella, es bastante tensa, él se ha resistido a comparecer a los llamados de ese otro poder del Estado, porque seguramente considera que no debe explicaciones a nadie, o acaso a unos poquitos en otros escenarios.

En todo caso, el señor Trujillo, de misa diaria, y que dice no necesitar escoltas, tiene acotado mandato en el tiempo: 12 meses para evaluar, cesar y nombrar, no más. Lo malo es que alguien con semejante sed de poder y alardes de revancha puede terminar haciendo mucho daño. (O)

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