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El Telégrafo
Santiago Roldos

Reyes rateros

08 de abril de 2018 - 00:00

Cuando hace años en una reunión editorial de Vistazo cuestioné la sección de sociales de la revista, un experimentado periodista me respondió: es nuestro archivo de la corrupción venidera.

El impasse entre la reina emérita de España, “Doña” Sofía, y la actual reina, “Doña” Letizia, al impedir que su suegra se fotografiase con sus hijas, puso a la rancia derecha del lado de la abuela, en cuya trayectoria consta el aplaudido antecedente de soportar con abnegación todos los cuernos que el rey Juan Carlos le puso durante décadas.

Por supuesto, los cuernos no fueron gratis: a Lula da Silva lo estamos crucificando por el mismo tráfico de influencias del que “Don” Juan Carlos fue un adelantado.

En contraste, por plebeya y divorciada, la joven Letizia nunca fue aceptada por el sector más tradicional de una Familia Real que, como la de cualquier otra latitud, debe pagar con sangre, sudor y lágrimas su holgazanería: vivir a costa de los demás implica estar permanentemente en la punta de su lengua viperina.

Más allá del chisme y la futilidad del presente, resulta posible politizar también esos márgenes. Shakespeare mismo se dedicó a tomarse en serio lo banal, y viceversa. Y a los reyes los dibujó como locos, imbéciles, asesinos, rateros, traidores y huérfanos. Profundamente humanos. 

En dicho sentido, me asombra que el supuesto pleito entre las reinas se plantee como tal, cuando según lo que se aprecia de las imágenes, quien termina siendo la protagonista es la Infanta que rechaza con violencia un segundo gesto de la abuela.

La invisibilización de ese gesto no es baladí.

“Infanta” es la denominación que en España recibe una hija no hijo del rey, y es un término que significa la imposibilidad, no solo marcada por la costumbre, sino también por la actual Constitución “democrática”, a ser considerada princesa y por ende heredera.

“Infanta” encarna la prohibición expresa y eterna de aspirar al trono, madurar o cuestionar a una abuela, al menos que desde el nacimiento un pene te cuelgue. (O)

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