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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

Radicalmente abierto

27 de mayo de 2016 - 00:00

Hay un problema con el conocimiento, y es un problema de acceso. Vivimos en una época donde la gran mayoría del conocimiento se produce en las universidades a través de la investigación de sus profesores, quienes publican en revistas académicas. Luego las universidades pagan a los editores de esas revistas un estimado global de $ 10 mil millones anuales para tener acceso. Los editores han reportado ganancias del 40%, convirtiéndola en una industria casi tan lucrativa que debería ser ilegal. Los costos por mantener a las revistas varían entre $ 200 y $ 800 millones, dependiendo del año. Para lograr esto, bajos costos y altos ingresos, ningún investigador es pagado por publicar en una revista académica (lo cual es una práctica común) y los precios por tener acceso a estas revistas es exorbitante. Tan alto es el precio que hay veces en que los propios investigadores no tienen acceso a sus artículos.

“Es escandaloso e inaceptable que se provea artículos científicos para aquellos en las universidades élites en el primer mundo, pero no a los niños en el sur global. (…) Debemos tomar la información, donde sea que esté almacenada, hacer copias y compartirlas con el mundo. (…) Debemos descargar revistas académicas y subirlas a redes para compartir archivos. Necesitamos luchar para la Guerrilla de Acceso Abierto”. Ese es un pasaje del Manifiesto de la Guerrilla de Acceso Abierto. Hay un proceso orgánico que ha surgido como una respuesta a esta falta de acceso. Son las ‘bibliotecas piratas’.

Dentro de la política pública (cuando consideramos en el acceso al conocimiento dentro de nuestras políticas públicas), seguimos pensando en la biblioteca como estas estructuras magnánimas, representativas de lo genuino y puro. Un concepto que ha cambiado poco desde su incepción. Sin menospreciar el valor innato de la biblioteca tradicional como símbolo y como repositorio de conocimiento, pero la biblioteca moderna, la que brinda verdadero alcance masivo, la que democratiza el acceso al conocimiento, la que ayuda a igualar las condiciones para generar el conocimiento, es un buscador en una página web. Un buscador en una página web con una base de datos que puede ser replicada y transferida, aumentada y compartida, mejorada y especializada, y que se mantiene esencialmente abierta. En el mundo ideal (o para los economistas, en un mercado sin fallas) no habría la necesidad de estas ‘bibliotecas piratas’. La oferta y el acceso a esta oferta serían lo suficientemente amplio y accesible para suplir la demanda. Pero en las condiciones actuales, lo que tenemos es un mundo donde el conocimiento se está convirtiendo en un bien de lujo. Balázs Bodó, un investigador sobre piratería de la Universidad de Ámsterdam, mostró que solo 33% de los textos encontrados en ‘bibliotecas piratas’ está disponible para Kindle en Amazon. También mostró que el flujo hacia estas ‘bibliotecas piratas’ venía tanto de países desarrollados como en países de vías de desarrollo. Es decir, el acceso a artículos académicos y libros científicos (y libros en general) es un problema en más de un tipo de mercado.

Lo que más llama la atención sobre el flujo de información a las ‘bibliotecas piratas’ es que aquel proveniente de América Latina (y buena parte de África Subsahariana) es desdeñable. Es decir, que no estamos siendo parte de la conversación. Ni siquiera estamos siendo parte del problema. Lo cual es indicativo del estado de la investigación y la generación de conocimiento en el continente, pero también presenta una oportunidad. Una oportunidad por decantarse por el lado más democrático del conocimiento. Un conocimiento abierto y transferible. Un conocimiento accesible. Un conocimiento radical y radicalmente abierto. (O)

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