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El Telégrafo

Quo vadis ciencia ecuatoriana (II)

03 de julio de 2011 - 00:00

Inicio con una rectificación que nos proporciona ventaja; el PIB del Ecuador está en 57,25 mil millones, y según la Unesco  debería destinarse el 1% a investigación y desarrollo tecnológico, es decir 572 millones, pero tan solo redondeamos los 80 millones (0,13%).

Otro problema de la ciencia ecuatoriana es la irreal visión de que solo un título terminal del investigador es garantía para hacer ciencia seria. Es verdad que un título proporciona herramientas buenas para investigar y producir conocimiento, pero no es ni suficiente ni indispensable. Si esto fuera real, los PhD registrados en el país, que son 14, más los 1.615 investigadores activos (el resto, 2.004 son personal técnico y de servicio que no hace investigación), al menos, deberían haber producido igual número de investigaciones por año.

Pero al ver la producción a nivel internacional de la ciencia ecuatoriana, no llegamos a mil publicaciones en los últimos 10 años. Como país representamos solo el 0,0000001% anual mundial por dólar por cada millón de dólares destinados para investigación; es decir no hacemos ciencia, ni siquiera producimos un artículo científico por año y por investigador: ¿Qué investigación estamos auspiciando como país?

En relación a las publicaciones en biomedicina, existen 3.893 sobre el Ecuador y 695 desde el Ecuador entre 1985 hasta hoy. Esto quiere decir que hay más extranjeros investigándonos que propios estudiándonos.  Resultado trágico. De los estudios nacionales, 386 provienen de Quito, 186 de Guayaquil, 80 de Cuenca, de Loja 17, de Ibarra 13, de Riobamba 6, de Ambato 5, de Manta y Portoviejo 4, y 2 del resto del país. Esto refleja la desigual producción científica nacional y el desequilibrio en la distribución de investigadores. Vale recordar que solo 3 de cada cien personas económicamente activas en el Ecuador, tienen trabajos relacionados con la ciencia.

Otros países, que han desarrollado la ciencia, han empezado apoyando, en primera instancia, a los centros más productivos y competitivos, fácilmente detectables por el número de publicaciones que tienen. Luego, y tangencialmente, apoyaron al desarrollo científico-tecnológico regional.

Desde esta realidad, ninguna política científica que pretenda crear conocimientos competitivos internacionalmente, debería sujetarse exclusivamente a fondos concursables, sino a inyecciones directas a centros científicos probados, exigiendo, al mismo tiempo, mayores estándares a los investigadores y a su producto intelectual.

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