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El Telégrafo

Quinta columna

10 de septiembre de 2011 - 00:00

El concepto nacido en 1936 al inicio de la Guerra Civil Española, se ha generalizado para quienes colaboran, dentro de un grupo o comunidad, con el adversario.  Difíciles de ubicar porque se confunden con el conglomerado, cumplen su misión de forma soterrada facilitando la tarea de los opositores.

Presentes  en todo proceso, también se advierte su accionar en el ámbito de la Revolución Ciudadana, a partir de la difusión de información errónea acerca de personas o políticas que se adoptan o se proyectan. La expresión popular dice de ellos: “parece que trabajaran para el enemigo”. En efecto, en forma consciente o no, así lo hacen dando a la reacción pretextos para las inculpaciones que hace, de buena o mala fe.

Cuando se realizan cambios estructurales que afectan intereses seculares o de grupos de poder acostumbrados a tener a su servicio a los mandatarios de turno, la confrontación es particularmente enconada y cada iniciativa es tomada como directamente orientada a lesionar su posición y privilegios. Entonces empiezan a circular a nivel de rumor, repetido en los medios de comunicación con un neutro “se dice”, las más insólitas y descabelladas versiones.

Lamentablemente, en no pocos casos, tales murmuraciones nacen de supuestos voceros que, seguramente para demostrar su importancia, las esparcen. En otras desafortunadas iniciativas, como la referida a la Ley de Cultos, presentada por un funcionario a título personal, provocan reacciones que no se acallan, pese a los desmentidos emanados de la más alta autoridad. ¡Qué más quisiera una oposición sin apoyo popular que concitarlo exacerbando el sentimiento religioso de las mayorías! Debe exigirse discreción y un mínimo de aprobación de las autoridades del sector pertinente antes de lanzar lo que parecería una provocación, pues no es lo mismo que lo haga una persona particular que alguien con algún grado de representatividad.

Quienes actúan en forma despótica frente a los usuarios o personas que requieren  información o servicios, los que repiten chismes acerca del comportamiento ético de los funcionarios con los que trabajan, aquellos que solicitan coimas o las reciben reeditando las viejas políticas, provocan la reacción de la gente sencilla que se ve defraudada en su fe de que vivimos una época distinta. Igualmente quienes a la menor contrariedad, en forma inconsecuente, hacen públicos sus resentimientos.

Tanto como a los adversarios conocidos, hay que combatir y denunciar a los quintacolumnistas.

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