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El Telégrafo

Quiénes merecen el perdón

10 de diciembre de 2011 - 00:00

Perdonar es dejar sin efecto la sanción merecida a un insultador o rufián  por su ofensa contra el prójimo. Con el desprendimiento de almas nobles de conceder el perdón, se corre el riesgo de que los ingratos y soberbios se envalentonen  y continúen esparciendo odio con el amparo de la inmunidad y fragilidad de las leyes. Es imperativo reconocer que si los seres humanos se equivocan, precisan enmendar errores, no incurrir en el mismo delito y decidirse a cambiar de actitud y rumbo en el medio social.

Los creyentes sostienen que Dios juzga en el más allá, y los hombres, en la Tierra, mediante leyes. El deterioro de la moral invade todos los estratos del medio con peligro de convertirse en azote social, sin esperanza de solución. En el quehacer político, con el auspicio de la prensa “independiente”,  a nombre de la libertad de expresión,  se observan con transparencia permanentes agresiones verbales contra funcionarios públicos. Este desajuste de la conducta ha originado juicios penales de trascendencia por el nivel de los protagonistas. El lema histórico “Perdón y olvido”, del general Eloy Alfaro, es una lección ética y cristiana, que en su época no funcionó. Los favorecidos con el perdón, sus adversarios políticos, le tendieron una trampa que culminó con el arrastre del “Viejo Luchador” y su incineración en El Ejido.

Los contumaces insultadores, mañosamente, pretenden trastocar el significado de las palabras para, a la hora de rendir cuentas ante la justicia, interpretar los vocablos  a su manera, con la intención de negar o confundir sus malévolas expresiones,

Ahora nadie es culpable; la palabra, con diferentes acepciones, se la usa como arma para calumniar u ofender y luego, impunemente, gritar inocencia. No asumen su responsabilidad ni aceptan el perdón por vanidad.

Aquí los oportunos pensamientos de Ruffier de Aimes y Alfonso X el Sabio: “No hay personas tan vacías como las que están llenas de sí”. “Los cántaros,  cuanto más vacíos, más ruidos hacen”. No es posible perdonar, ni Dios lo haría, a los calumniadores, perversos y vanidosos, que ni siquiera revelan un rasgo de pesar por lo que han hecho. El perdón  solo regirá para mujeres y hombres que se arrepintieron de sus maldades y prometen enderezar sus lamentables desvíos. En una sociedad donde  imperan los antivalores es indispensable exaltar la decisión de perdonar y condenar a los facinerosos, que insisten en transitar por el camino equivocado.

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