Una de las ingenuidades más grandes que nos caracteriza como personas, es creer que somos nosotros los que tomamos decisiones. No lo propongo solamente para el escenario electoral, también como una ilusión que se da en nuestra vida personal.
Decidimos sobre lo que ya está constituido como estructura. Decidir estudiar una carrera, por ejemplo, sólo se podrá elegir entre lo que se oferta y estaba constituido antes de nacer en este mundo.
Decidir por quién votar creeríamos en primera instancia que es un acto individual, cuando realmente corresponde a una suerte de identificación, muy parecida a la que tenemos con los equipos de fútbol. Por lo tanto, votar se trata además de un fenómeno social.
El acto de votar es un símil a las acciones de hinchas de un equipo, algunas, un tanto irracionales como festejar sin las debidas precauciones contra el covid-19 en el centro de la ciudad.
Podemos incluso concluir que ninguno de nuestros actos son decisiones individuales, sino que responden a la identificación con la masa o con Otro (con mayúscula), que por definición es boba: cerrar una calle para celebrar el fin de año tal como sardinas enlatadas.
Votamos asimismo guiados por la identificación que tengamos con los colores de un partido, su nombre, la popularidad del candidato o la identificación que hallemos también en sus rasgos físicos, su acento, su proveniencia o dirección domiciliaria; su posición económica, su creencia religiosa o el desprestigio al adversario. Mi propuesta es que no votemos siguiendo estas características, sino que, a partir de esta revelación de la tradición electorera, podamos hacer un análisis y en la medida de lo posible, tomar una decisión medianamente individual. Sin ni siquiera estar influido por los medios de comunicación. Lo único que debería influir es la propuesta de gobierno de cada candidato y el proceso de cómo la llevará a cabo.
Quienes votan nulo no llegaron a ninguna forma de identificación con los candidatos y si llegaron a la conclusión del nulo como táctica de rechazo, les cuento que no habrá propuesta perfecta de ningún presidenciable: no hay candidato perfecto, pues también, son humanos. Pero eso sí, lo mínimo que se les exige es honestidad. (O)
