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El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

¿Quién tiene miedo a las encuestas electorales?

20 de febrero de 2014 - 00:00

“Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”. A pesar de este texto del artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, hay un permanente debate acerca de la recolección, análisis y difusión de la información obtenida mediante encuestas para medir la intención del voto en una elección. Se habla de los efectos negativos de las encuestas en el resultado electoral y en el comportamiento del votante y, por consiguiente, se intenta introducir barreras y restricciones en la forma de conducirlas y su publicación.

La teoría más conocida, que yo la llamaría el ‘efecto subirse a la camioneta’, sugiere que los resultados de las encuestas animan a los indecisos a votar por la tendencia con la mejor medición. Pero otras postulan lo opuesto; los votantes podrían estar influenciados hacia facilitar o prevenir el voto táctico; es decir, mostrar apatía y derrotismo ante una gran diferencia.

Debido a la importancia de las elecciones en una verdadera democracia, la controversia se da sobre quién se beneficia de los resultados de las encuestas: el más fuerte, el más débil, los otros partidos. Sobre la base de la evidencia empírica, ¿deberían las instituciones que hacen y controlan las reglas electorales, como el CNE, los partidos políticos y aun los medios de comunicación, tener miedo a las encuestas?

Los resultados de muchos estudios formales sobre este tópico revelan que una aparente correlación entre la diseminación de los resultados de una encuesta y el comportamiento electoral no son concluyentes. Mucho depende del método de la encuesta y del momento político. Mientras más natural sea la encuesta, la menor o ninguna influencia que ejerce sobre el votante. Y si eventualmente existe algún efecto,  sería el de subirse al carro ganador. En forma general, los efectos de las encuestas pueden considerarse mínimos y completamente inofensivos en los resultados electorales. Y esto se explica por varias razones: en primer lugar que las encuestas son una herramienta estadística que, basada en la teoría de probabilidades, tiene normalmente varios pronósticos electorales con mínimas diferencias; los pronósticos electorales son obviamente percibidos como selectivamente a favor de nuestra opinión; las encuestas, además, están inmersas dentro de un sinnúmero de enunciados electorales y pasan desapercibidas; no así las opiniones y pronósticos de los periodistas, políticos y líderes de opinión que, a diferencia de las encuestas, son hechas sobre la base de conjeturas.

El impacto de las encuestas en el ciudadano común está sobrevalorado, tanto por los políticos como por los científicos sociales, pues probablemente estos son más hábiles y tienen más educación para analizar los símbolos cuantitativos, porcentajes y algoritmos con los que se trabajan en las encuestas, que ciertamente son abstractos para el votante típico.

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