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El Telégrafo

Quien se pica, pierde

08 de agosto de 2012 - 00:00

Nuestras relaciones están hechas de conflictos, porque la vida es una transformación permanente, una pascua continua: de la muerte nace la vida. Para crecer hay que dejar morir muchas cosas en nosotros. Los conflictos son desafíos para crecer personal y colectivamente.

Si los manejamos bien y los superamos, nos desarrollamos más, nos relacionamos mejor con los demás y entendemos mejor a Dios. Cuántas deficiencias tenemos que dejar atrás para no hacernos un Dios a nuestra imagen, para dejar de “negociar” con él, para entenderlo más correctamente.

Cuando nos ponemos molestos en un conflicto o un problema, ¿no será porque estamos fracasando, porque no queremos crecer? Allí viene el dicho: “Quien se pica, pierde”. Nos molestamos porque no andamos claros con la verdad; nos molestamos porque los demás piensan y actúan diferente de lo que nos gustaría a nosotros… ¿No será que siempre queremos ser ganadores; que queremos una verdad y una vida a medias, que todos pensaran y actuaran como queremos nosotros, como que fuéramos “Palabra de Dios”?

Quien se pica, pierde. Eso es lo que  pasa en estos momentos con los partidos y movimientos políticos, cuyos dirigentes echan gritos al cielo y se rasgan las vestiduras, acusando a otros de la perversidad que ha sido desvelada en este fraude de insertar partidarios sin el consentimiento de los interesados. ¡Hasta dónde se llega para no perder o alcanzar poder, dinero y privilegios! La vieja y sucia politiquería no acaba de morir e impide que nazca un Ecuador mejor.

Los cristianos tenemos que ser incorruptibles: no podemos jugar con la verdad, con la dignidad de los demás, con la palabra dada, con la amistad… Caso contrario, cavamos nuestra propia tumba.

En la Biblia hay una página reveladora donde el conflicto es parte de la fe. Se trata del episodio de la lucha de Jacob con un ángel durante toda una noche. De hecho, Jacob luchaba contra Dios para ponerle a su servicio. Perdió la batalla, pero ganó mejor vida porque asumió su fracaso y se volvió más fuerte, con una nueva visión de la vida y de Dios. Dejó morir al hombre viejo, a la fe-negocio, para renacer más humano.

Cuántas veces luchamos con Dios para ponerlo a nuestro servicio, para que nos obedezca, para que actúe según nuestros intereses particulares. Y luego lamentamos que salimos mal parados, defraudados… Dios nos quiere más grandes, más verdaderos, más humanos, más hermanos… Ojalá lo logremos en nuestros diversos conflictos
cotidianos.

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