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El Telégrafo

Quemando el TIAR

08 de junio de 2012 - 00:00

Denunciar el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca es como quemar la bandera: absolutamente simbólico. El TIAR es, en esencia, una apología a lo improbable y la vaga idea de que Estados Unidos sigue siendo lo mismo que era durante la Guerra Fría. Es decir, a menos que Inglaterra decida invadir las Galápagos aduciendo el tiempo que pasó Darwin en ellas, creo que estamos fuera de peligro. Incluso si lo hiciera daría más o menos lo mismo.

Entonces el problema es que tendemos a quedarnos en la superficialidad del discurso. En la frase fuera de contexto y los one-liners mediáticos que reducen al cinismo una idea bastante más profunda y compleja.

Salir del TIAR es salir de un encasillamiento ideológico que demostraba esa sumisión cómplice y nuestra adhesión a un modus operandi de un país que, en definitiva, no tiene ni aliados ni amigos, solo intereses. La denuncia del TIAR es reclamar un sistema continental verdaderamente cooperativo y aliado a intereses conjuntos, y no la posibilidad de las migajas que puedan sobrar del más fuerte.

Nuestra dependencia económica hacia Estados Unidos, determinante al momento de planificar nuestro modelo económico, debe ser asimilada como una problemática y no como la única salida a cualquier iniciativa empresarial. Y esta dependencia económica no debe ser nuestra motivación para determinar cuál será nuestra línea ideológica y política. La era de ser el “mejor aliado de los Estados Unidos”, como alguna vez lo fuimos, ha terminado. Ahora son un interés.   

Prescindir ideológicamente y caer en las limitaciones que esto implica es contribuir a una visión unipolar en la relación de fuerzas que debe haber, no solo a nivel diplomático, sino también a nivel social, político y económico. Cuando el presidente Correa manifestó la necesidad de reconstruir la OEA, más allá de los motivos oscuros y siniestros de perpetuar la dictadura en la que vivimos (como ha sido la triste respuesta de la oposición), lo hizo como una crítica a la naturaleza misma de la OEA: un dinosaurio burocrático que busca la adaptación de los países a su visión institucional antes de mutar para suplir las necesidades de quienes la conforman.

Quemar la bandera del TIAR no cambiará en nada nuestra situación geopolítica. Pero sí es una postura. Y sí determinará el primer paso para la reconstrucción de un modelo internacional arcaico que responda a los intereses y las necesidades de este siglo, y de esta región.

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