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El Telégrafo
Fernanda Gil Lozano

Qué sabe nadie del submarino

29 de octubre de 2018 - 00:00

El 25 de octubre de 2017 zarpaba el submarino ARA San Juan desde Mar del  Plata hacia Ushuaia con 44 tripulantes –43 hombres y una mujer– que apasionados por su profesión partían con orgullo. No regresaron. Sus familiares reclaman “búsqueda y justicia” pero el gobierno parece pretender que sea un asunto sellado y un misterio que las profundidades del mar se llevaron.

La palabra “misterio” refiere en su origen a un hecho oscuro, inaccesible a la razón, sobre el que poco y nada se sabe ni se sabrá. Un arcano desconocido. El destino final del ARA San Juan quiere entrar en ese misterio. Sin embargo tienen datos acerca de él, desde que zarpó  hasta el que se indica como ultimo mensaje del 15 de noviembre a las 07:19. Decía: “Estamos fatigados y bajamos a 40 m de profundidad”.  Sabemos que llegaron a Ushuaia. Cuentan allí que fueron recibidos con  simpatía y respeto, que compraron regalos para sus familias y que  zarparon el 8 de noviembre del 2017 de regreso, teóricamente dos días  antes de lo establecido en las órdenes iniciales, para llegar a Mar del  Plata el 19 de noviembre en vez del 27 programado inicialmente.

La misión del submarino es la de patrulla de control de la economía  exclusiva y vigilancia de la plataforma marítima nacional. Si esto es  así, ¿por qué se adelantaba el regreso? ¿Cumplieron su misión? ¿Corrían algún peligro?

Conversar con los familiares abre un abanico de muchas preguntas y respuestas, de sentimientos encontrados, de esperanza intacta. Me comentan que la despedida fue diferente a otras. Había silencio, abrazos eternos y como un no dejarse ir de una tripulación experimentada que tal vez algo presentía. Contaba entre ellos a un agente de inteligencia.

Carecía de formación como submarinista pero conocía los buques que  andaban en la zona. Por esa razón fue invitado a la misión. Se informa y  se dice –entre tanto y tanto– que se trató de una anomalía hidro-acústica. Que hubo una tormenta de olas de 6 metros. Que las olas  produjeron un corto circuito y un principio de incendio en el tanque de baterías. Que entró agua. Que trabajaron varias horas para resolver este problema. Que estaban agotados.

Las preguntas obvias son varias. ¿ No estaba en condiciones para salir a  navegar las aguas porque existían anomalías previas? ¿Entró agua hasta inundarse? ¿Fue hundido o chocado por algún buque extranjero que encontraron en la plataforma argentina? ¿Nadie sabe nada?  Estas preguntas escucho de los familiares, además de su angustia y sus recuerdos, y pienso que saber la verdad de lo sucedido y encontrar el submarino los excede. Debería ser una causa nacional.

El 12 de noviembre algunos familiares reciben noticias de que se encuentran en aguas profundas. El 15 de noviembre un comunicante de la armada recibe a las 14:18 en las tres frecuencias de radio un intento de comunicación que queda fallido. Si bien no lo registra en ese momento, lo intenta hacer posteriormente. Hoy lo sostiene aunque han intentado cambiar su versión.

Finalmente el primer anuncio de la desaparición del ARA San Juan se produce el 16 de noviembre, a partir de allí todo es
noticia. Cuatro abogados –incluyendo uno muy famoso– opina y pide informes. Una jueza muy respetada en los medios hace experimentos. Una empresa a la que le faltan 18 días de búsqueda del submarino abandona el escenario. Un gran montaje mediático para mostrar que se hace algo. Pero las familias saben que no están haciendo lo que hay que hacer.

Todo son suposiciones, incompetencias. Los familiares piden “búsqueda y justicia” pero encuentran silencio y respuestas evasivas. ¿Qué sabe nadie?  El Gobierno ruso colabora activamente en la búsqueda trayendo al buque  oceanográfico Yantar y el gobierno hasta contrata a una “vidente” con poderes psíquicos para que oriente la búsqueda, en clara manifestación  de un tremendo desconcierto e inoperancia.

El 5 de enero de 2018 un marino mercante advierte a los familiares que en Península de Valdés el 15 de noviembre vio una mancha muy extraña en las aguas oceánicas, como las que pueden hacer los barcos sumergidos en un pedido desesperado de auxilio. El 21 de noviembre dos buques dicen chocarse con cascos del ARA San Juan. Son silenciados por las Fuerzas Armadas.

La comisión bicameral no hace mucho que escucha a los familiares. Hubo que manifestar y hasta hacer un acampe en Plaza de Mayo. El ministro Óscar Aguad les dice que no sabe nada de submarinos, que él firma lo que le alcanza la Armada, que no puede molestar al Presidente por estos temas y que además la Armada los reta por los gastos que ocasionan tanto en Mar del Plata como en el Sur.  Un año después de la partida del submarino, son 65 los niños que esperan a sus padres, esposas, madres y hermanas y continúan pidiendo respuestas después de hacerse las mismas preguntas.

“Comando”, el perrito fiel de la única tripulante mujer, el perrito que se tiró al agua para despedirla, era una anécdota feliz cuando zarpó el submarino. Después se convirtió en tristeza. Un año después la última y única noticia cierta es que el Ocean
Infinity de insignia noruega, que se comprometió a ampliar las zonas de búsqueda durante 60 a 120 días, anuncia que suspenderá la búsqueda hasta febrero del próximo año. La reacción de las familias fue tan fuerte que Defensa y la Armada debieron dar instrucciones de informar que el Ocean diseñará desde tierra una nueva logística de búsqueda.

Conversar con las familias es salir de la zona de misterio en la que se quiere hundir doblemente al ARA San Juan. Es saber que hay que insistir hasta que se sepa la verdad de lo sucedido y que los 44 tripulantes no pueden quedar en categorías tan nefastas como “desaparecidos” o lo que  se les quiera poner. Que se lo encuentre debería ser una causa de interés nacional que no debe abandonarse por ninguna circunstancia. (O)

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