En el primer año de bachillerato los colegios piden a sus estudiantes diseñar un proyecto personal que muestra la creatividad de sus autores. Estos proyecto pueden desarrollarse en una gama de posibilidades, desde construir un objeto, preparar una exhibición, escribir un cuento, hasta filmar un video. La experiencia que adquieren los estudiantes a través de esa vivencia es de gran importancia en el desarrollo de sus destrezas y es también, en ocasiones, una forma de descubrir su vocación y sus preferencias para su futuro como profesionales.
Los chicos desarrollan proyectos en un ejercicio que les servirá en la vida real. Al pensar en ellos, pienso al mismo tiempo en la vida de la persona más íntima que he tenido, mi madre, quien nunca dejó de tener proyectos. Cuando terminaba uno, empezaba otro. Se ponía como reto crear cosas que nunca había hecho antes y las iba inventando en el camino. Evoco su memoria ahora porque sus proyectos de Navidad tenían embelesados a sus hijos y a aquellos que amaban todo lo que salía de sus manos. Y en estos días de pandemia aspiro con mis acciones reflejar en algo el ser como ella, generar ideas y planes, nunca aburrirse, amar la vida.
Por eso, al dirigir proyectos personales, les cuento a mis estudiantes que los proyectos que uno se plantea son una maravillosa herramienta para el crecimiento individual. Ya cuando sean profesionales necesitarán dedicar tiempo de donde no hay para hacer lo que les gusta. La vida va tan rápido que uno corre el riesgo de no plantearse lo que quiere hacer por sí mismo, sin la supervisión ni la aprobación de nadie. Y en la vida real el tema no es fácil. Entre el trabajo, las obligaciones domésticas, la familia, la vida social, la necesidad de entretenernos, es difícil establecer tiempo para dedicarnos a lo que amamos y a desarrollar las mil ideas que tenemos en mente y queremos poner en marcha. Nuestro proyectos nos parecen un lujo, una tarea ardua, o un espejismo que nos llama pero que sentimos que no podemos alcanzar.
En la necesidad de encontrarnos a nosotros mismos y desarrollar nuestros intereses más íntimos separemos espacios en nuestras agendas para no olvidar las pasiones que tenemos. Escribir, pintar, hacer artesanías, aprender algo que nos apasiona. Estos son espacios propios que nos permiten mantener nuestra libertad personal y no sentirnos agobiados pensando que la vida pasa y aún no hemos llegado a desarrollar nada importante.
Para desarrollar un proyecto personal, debemos comprometernos. Nunca sabemos, al empezar, si va a resultar provechoso o se va a disolver antes de llegar a cuajar. Además de tiempo, debemos poner a nuestras iniciativas pasión y esfuerzo. Un proyecto propio te enseña mucho sobre tí mismo. Te permite explorar y encontrar satisfacciones que no esperabas. Te permite enfocarte en una meta. Te permite crear soluciones en lugar de sólo elucubrar. Explorar nuevos caminos y romper con los roles que te han asignado. Mostrar al mundo tus talentos. Desarrollar placer en quererte a ti mismo y saltar los cercos que impiden tu libertad.
Experimentando, he aprendido las cosas más variadas. Aprender a coser, a hacer galletas navideñas, a hornear un stollen o envasar un chutney; a fabricar repisas miniatura, a tener una columna editorial. La expectativa de que a otras personas les guste lo que hago me hace poner en ello mucho esfuerzo y creatividad. Me ha permitido investigar y conocer. Me ha permitido sentirme útil. Por ello, aconsejo a mis alumnos y a mis lectores tener proyectos. Tenerlos significa lograr conocimiento y valoración de uno mismo; tener motivación, trazar tu propio camino, lograr independencia.
Si bien los proyectos deben tener un resultado concreto, el emprenderlos y llevarlos a cabo son la parte más importante del proceso. Ese viaje que emprendes es una metáfora de tu vida. Vas midiendo tu progreso, tu crecimiento, tu capacidad de tomar el control y la dirección de lo que quieres hacer. Proyectar es proyectarse.
¡Espero, queridos lectores y lectoras que tengan ya planificado el proyecto que emprenderán para el 2021! (O)
