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El Telégrafo
José Velásquez

El Premio Eugenio Espejo

20 de julio de 2020 - 00:00

En “El fantasma y el cuento imposible”, Jorge Velasco Mackenzie dibujaba la carrera contra el tiempo de un escritor para confeccionar un relato hecho de, exactamente, mil palabras. Es el retrato angustioso de una mente creativa que arriba a su destino sin darse cuenta.

Por estos días un jurado en Quito se apresta a revisar las trayectorias de 199 ecuatorianos, de nacimiento o de corazón, que han entregado sus vidas al arte o a la ciencia. Tres de ellos recibirán el Premio Nacional Eugenio Espejo y no serán mil palabras sino 10,000 dólares y una merecida pensión vitalicia.

La gloria no es el dinero sino la distinción en un país en el que los reconocimientos institucionales escasean. En una sociedad subyugada por la banalidad de los “me gusta”, el talento y el compromiso académico suelen verse opacados.

Velasco Mackenzie está nominado en la categoría literaria y me encantaría que su narrativa urbana y coloquial le hiciera merecedor de esa medalla. Guardo un afecto similar con la obra del gran cronista y poeta guayaquileño Jorge Martillo Monserrate y por la luz poética de la extraordinaria Sonia Manzano. Pero creo que es la hora de Lupe Rumazo y de Javier Vásconez. Es una pulseada entre lo indispensable y lo impecable. Que gane solamente uno de los dos es un derrumbe de la justicia, sobre todo porque el Premio Nacional Eugenio Espejo no se entrega todos los años.   

En la categoría de Creaciones, Realizaciones o Actividades en favor de la Cultura o las Artes me emociona ver a Peter Mussfeldt y a Patricia Salcedo porque son nostalgia incansable del Guayaquil de los ochenta y los noventa. Patricia González tiene más de medio siglo cantando boleros y suma las credenciales correctas a fuerza de esa voz irrepetible y brutalmente honesta. Pero en este renglón, creo que nadie se merece más el premio que el maestro Álvaro Manzano por su labor quijotesca en favor de la Orquesta Sinfónica Nacional. Las instituciones trascienden a las personas, pero el músico ambateño es una metonimia en do mayor y es nada menos que la orquesta en sí mismo.

Debo confesar que escribo esta columna sin conocer la lista completa de nominados, aunque en mis apuntes tengo casi un centenar de nombres. Es que esta edición registra un número récord de inscripciones y eso evidencia que Ecuador necesita más espacios para honrar a nuestros cruzados. Hay un cierto sabor a ingratitud cuando doña Fresia Saavedra, a sus casi 87 años, aún espere por un aplauso institucional que debió recibir hace mucho.

Nos urgen más pedestales para nuestros maestros, científicos y artistas. Que su legado no sea nunca anónimo, que sus historias inspiren con nombre y apellido, y que no sientan la soledad de ese personaje maniatado de Velasco. El país les debe y nos corresponde construir de manera sostenible una sociedad más grata. (O)

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