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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Preguntas sobre el discurso de la derecha

15 de noviembre de 2018 - 00:00

El triunfo electoral en Brasil del candidato de la “ultraderecha”, Jair Bolsonaro, no deja de asombrar, sobre todo porque antes de que se impidiera la candidatura de Lula, la izquierda contaba con un respaldo mayoritario.

Como se sabe, Bolsonaro ganó con un discurso racista, xenofóbico, anticorrupción estatal y a favor de la familia tradicional. En torno a ese hecho, nacen varias preguntas sueltas: ¿Por qué la clase media y aun la popular le habrían dado el voto a quien afectaría sus derechos? ¿Acaso la sociedad latinoamericana está encontrando eco en un discurso que rechaza la destrucción de antiguas formas de organización social?

¿Se trata, tal vez, de una resistencia a cierta revolución cultural, que la izquierda acuña, haciendo coro contradictoriamente a la ideología neoliberal burguesa, para impulsar el individualismo y la cultura capitalista? ¿Se pudiera pensar que, más allá de la defensa de las justas causas de grupos étnicos e identidades de género, se esconde una estrategia externa para invisibilizar la “lucha de clases”?

¿Es cierto que esta vez los antropólogos afines al poder imperial entendieron que América Latina proviene de una colonización judeocristiana, sobre la cual se están encaramando con gran fuerza las sectas protestantes, capaces de responder a la angustia existencial? ¿Tiene el discurso de la “derecha” cabida, porque se está acechando a la comunidad y las unidades de parentesco? ¿Es el problema de la familia una clave, entre otras, para comprender el extraño fenómeno de Brasil, dado que esa unidad no es solo una forma cultural de reproducción biológica, sino un microsistema económico social?

Es difícil encontrar las respuestas a estas preguntas inusuales y desordenadas, que nadie plantea a viva voz, por una especie de vergüenza, debido a que una vez agotados los discursos sobre los derechos políticos y sociales de primera generación, la izquierda posmoderna, contradictoriamente montada sobre el viejísimo progresismo, se adhiere obligada a las causas de las subjetividades individualistas y deseos del cuerpo, donde imaginariamente se acuña la “felicidad”, dado que en el marco del capitalismo es casi imposible realizar el Estado de justicia, y debido a que la enfermedad de la acumulación está ya instalada en la misma base de la sociedad, incluso en ciertos individuos de la “clase” dirigente progresista. (O)

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