Siempre aconsejo a quien viaja a Italia, que puede perderse Milán, hasta la misma Roma pero nunca Florencia. La cuna del Renacimiento es lo mejor de Italia, sin desmerecer otras urbes. De España, aunque mi abuela catalana me pegaría si viviera, prefiero el sur con Granada a la cabeza. De Francia es discutible y aunque la mayoría opta por París, yo amo la tierra sagrada de los cátaros, Occitania. En cambio, si de Europa central se trata, coincido con muchos en admirar a la capital checa, Praga.
Una ciudad hermosa, apacible, de gente dulce y políglota. Su lengua principal es el checo, idioma eslavo melodioso que hasta nos recuerda el dialecto andino, con la RR sibilante. Pero en Praga se hablan otros idiomas europeos. Uno de sus hijos famosos, el judío Kafka, fue quizá el mejor escritor de lengua alemana comparable al suizo Hesse. En checo se escribió una hermosa novela contemporánea: La insoportable levedad del ser por Milan Kundera de 1984. En 1415, 100 años antes de las guerras religiosas entre príncipes protestantes y reyes católicos, murió el mártir checo Jan Hus, primer reformador cristiano de raigambre popular. Quizá por eso la Historia casi no lo menciona, pero es una prueba de que los bautistas son anteriores a luteranos y calvinistas.
La región checa donde está Praga se llama Bohemia y ese nombre pasó a ser sinónimo de farra. Eso se debe a que en Praga nacieron las primeras cervecerías y hasta hoy tiene mayor variedad de cervezas que las demás ciudades europeas. Bohemia no solo es sinónimo de farra sino de alta tecnología. Así como el italiano Galileo usó cristal de Murano para su telescopio, los fabricantes europeos de cámaras fotográficas usaban los finos cristales de Bohemia para sus lentes. En los años 30, los checos fabricaban el Tatra 97, primer carro enfriado por aire y con facha de escarabajo. A Hitler le fascinó el vehículo y al rato hizo fabricar a Porsche el Volkswagen. Los checos demandaron al fabricante alemán. La respuesta fue la invasión alemana de 1939.
