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El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

Portoviejo

12 de marzo de 2015 - 00:00

Un día como hoy, el 12 de marzo de 1535, Francisco Pacheco, por encargo de Diego de Almagro, funda la Villa Nueva de San Gregorio de Puerto Viexo, con la escritura que se mantuvo hasta principios del siglo XVII cuando claramente se sustituye la x por la j, para llamarse Puerto Viejo, nombre con el que se le citó hasta el inicio de la siguiente centuria en la que las Actas del Cabildo colonial de Guayaquil  la nombran como Puertoviejo;  y es a finales de este siglo XVIII que consta como Portoviejo, ortografía con la cual se la conoce a esta altiva ciudad manabita, capital de la provincia y la más poblada.

Portoviejo se fundó para servir como centro de abastecimiento de comestibles para las huestes españolas que venían a la invasión y conquista del Perú, pues estas tierras tenían abundancia de maíz, fácil de conservar y transportar. Pero realmente su fundación estaba dirigida a controlar los rebeldes indígenas del gran Señorío de Cancebí y para fijar un hito de frontera de la Gobernación de Pizarro, que su rival conquistador Pedro de Alvarado le intentaba arrebatar. Es la tercera ciudad fundada en lo que ahora es Ecuador y la primera asentada en la costa ecuatoriana. Estaba localizada a unos 25 km de su actual emplazamiento en el denominado Higuerón de Rocafuerte, pero su cercanía al mar la hizo ser muy vulnerable a los ataques de los piratas ingleses y franceses que la incendiaron cada vez que tenían oportunidad, reportándose en 1628 la invasión por parte de Jacques Clerck  L’Hermite, corsario francés al servicio de Holanda. A su vez, los aborígenes mantas y picoazá mantenían en permanente zozobra a los colonos. Su primer traslado se dio a los tres años hacia el Higuerón de Picoazá. Finalmente se ordenó trasladarla a donde ahora es la calle Colón, cercana al río. Es interesante anotar que el célebre historiador Tomás de Berlanga informa desde esta ciudad, mediante carta al Rey de España, del descubrimiento de las islas Galápagos.

Esta pujante urbe es séptima en tamaño en el país,  pero tiene apremiantes necesidades que deberían ser satisfechas aprovechando los recursos locales para mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Un poco de creatividad y mucho trabajo ciudadano podrían, por ejemplo, presentar una imagen distinta de su río y el amplio espacio de sus márgenes. Y no es mi idea y tampoco un sueño la posibilidad de ver un gran parque en sus riberas. Pero la contaminación por basuras y desechos que se lanzan en sus aguas lo va a matar. Y ya no tendremos la inmensa diversidad de palmeras, árboles y las emblemáticas buganvillas que adornaban esta urbe.

Desde hace muchísimos años he visitado en forma continua a esta ciudad; ahí vi por primera vez las inquietas ardillas en su hermosa  y antigua  plaza; posteriormente he ido por negocios, pues es indudablemente el centro económico y donde convergen las acciones socioculturales de los manabitas. Ahora, la Ciudad de los Reales Tamarindos necesita el apoyo nacional para enfrentar sus grandes decisiones sobre vialidad, transporte, comunicación, educación, salud, recreación y turismo.

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