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El Telégrafo
José Vales

La política se descerrajó un tiro

26 de abril de 2019 - 00:00

“Patria querida, dame un presidente como Alan García…”. Esa leyenda inundó las calles de Buenos Aires, cuando promediaba 1986 y el entonces presidente peruano, Alan García, llegaba en visita oficial. Faltaban cuatro años para la irrupción del fujimorismo y tres para que Argentina explotara por los aires una vez más.

Su presidente era Raúl Alfonsín, tal vez el último mandatario surgido del vademécum de la política que diera ese país. Desde entonces, en el mundo los políticos se convirtieron en una raza en franca extinción, fruto de una autoinmolación a base de corrupción, escándalos y poca fe en las ideologías.

El propio Alberto Fujimori, en Perú, quien llegó al Palacio de Pizarro con la colaboración del propio García, fue el primer exponente del outsider político en la región. Algo que hoy aparece como moneda corriente en un rápido repaso.

Los nombres de Jair Bolsonaro y su fascismo de bolsillo, en Brasil; la nada misma de Mauricio Macri, en lo que queda de la Argentina “potencia” de comienzos del siglo XX; Donald Trump y sus murallas intelectuales, en la primera potencia mundial; o Volodymyr Zelensky, recientemente electo, primer cómico (perdón, mandatario) en Ucrania, aparecen como la prueba fiel de que la política, tal como se la concebía hasta no hace mucho, ya no es un nexo entre el poder económico y la sociedad. El gran capital ya no necesita interlocutores en su relación con el electorado en tanto consumidores.

Ahí está el suicidio de uno de los políticos más talentosos del último medio siglo. García, hombre de un carisma y una oratoria propia de la escuela de Fidel Castro, había quedado atrapado en el laberinto diseñado por Odebrecht y su inigualable jefe de marketing, Luiz Inácio Lula da Silva (otro gran talento político en desgracia).

La desesperante carencia de líderes, la ausencia de propuesta y de nivel político para lidiar con los grandes desafíos del planeta, asustan y conmueven. Tanto como ese balazo con el que Alan García evitó la cárcel para representar, mejor que mil palabras, el suicidio de la política en el mundo. (O)

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