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El Telégrafo
Mauricio Maldonado

El Ecuador, man

07 de agosto de 2019 - 00:00

Los tiempos que discurren muestran, una vez más, que la política ecuatoriana está llena de insidias, que es un lugar indeseable. Entendámonos: esto ha sido así, incluso peor, prácticamente desde los inicios de nuestra República, con unos pocos períodos algo más estables.

Uno podría contar a este entre ellos, si no fuera porque el momento en que “descorreizar” el país era una prioridad parece haber pasado, quizás también porque se lo ha hecho a medias y mal. Tal vez porque alguna gente que fue del correísmo, que le dio forma, como María Paula Romo sigue allí presente.

Y en medio de dichos vergonzosos en donde la desesperación de la pobreza se confunde con el emprendimiento, están “los Tuárez” –mal asesorado, pedante, peligroso para la democracia–, “los Yépez” –otrora esperanzador por su lucidez, hoy reaccionario como el que más–, entre otros tantos.

Esto, a la vez que la “esperanza” de “nuevos tiempos” es, para algunos, el retorno al liderazgo nacional del socialcristianismo. Una locura. El período socialcristiano representa uno de los momentos más oprobiosos de nuestra historia democrática. Junto al correísmo, ha significado la presencia de períodos convulsionados, de violencia, represión y censura. Se trata de dos períodos, el socialcristiano y el correísta, de ataques a la democracia y a los derechos. Es increíble que su regreso sea posible.

Y luego, aquel movimiento que debía representar una alternativa más o menos liberal (hablo de CREO), se reveló como el más conservador de los que hoy existen, que ha pactado, a la usanza de los viejos trastes políticos, al tiempo que ha perdido su efímero prestigio. Queda el desesperante anhelo sempiterno de que algo cambie en nuestra historia cíclica: círculo, sobre círculo, sobre círculo.

Pero cambia –como en El Gatopardo– para que nada cambie. Y sí, es verdad que hoy disfrutamos de ciertas libertades que el correísmo nos arrebató, pero queda el sinsabor de que su fantasma sigue rondando, de que la corrupción solo ha sido perseguida a medias, de que el germen de su autoritarismo está más o menos intacto, resguardado también por viejas prácticas políticas reproducidas por viejos y nuevos actores.

“El Ecuador, man. El Ecuador”, dice el personaje de Esperanza en la película. (O)

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