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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Podemos: por qué es mejor el cerco que el asalto

26 de julio de 2016 - 00:00

El resultado de las elecciones generales españolas de junio ha negado a Unidos Podemos el tan anhelado sorpasso del PSOE y, más en general, la posibilidad de construir un gobierno de cambio alternativo a las políticas de austeridad. Como subraya el número 2 de Podemos, Íñigo Errejón, en un lúcido texto publicado en eldiario.es, la estrategia hasta aquí perseguida les ha permitido llegar lejos, mas no hasta el final planteado. Pero, como recita el refrán, no hay mal que por bien no venga. La ‘derrota’ del partido morado —una derrota claramente relativa, pues el 21% de los votos en apenas 2 años de existencia representa de todos modos un logro excepcional y un sólido punto de partida— crea circunstancias favorables en el mediano-largo plazo.

En este sentido, Errejón plantea un cambio de estrategia que permitiría a Podemos aprovechar la postergación de la cuestión del gobierno. La nueva hoja de ruta contempla el abandono de la perspectiva fulmínea, la del golpe electoral sorpresivo. De una guerra de movimiento caracterizada por una aceleración de los tiempos, Podemos debe pasar —según esta tesis— a una guerra de posiciones con sus tiempos más lentos, lo cual supone un “trabajo de artesanía cultural e institucional”. Ya no un asalto a través de la “máquina de guerra electoral” pregonada por el mismo Errejón en el otoño de 2014, sino —en una descripción que se asemeja a las coordenadas que fueron del Partido Comunista Italiano a partir de la posguerra— un cerco que produzca nuevos sentidos compartidos para que desemboquen en una nueva voluntad general.

¿Dónde radica la ventaja de tener que pasar por esta etapa? La experiencia ecuatoriana lo ilustra particularmente bien al representar el caso opuesto, es decir la repentina llegada al poder de una formación sin historia. Tras unos años de implementación de políticas públicas de sentido común, la falta de un anclaje social que fuera más allá del vínculo con un bienhechor se ha hecho visible. La politización de la sociedad ha sido depuesta en favor de una aguda polarización que la gente percibe cada vez más como estéril. La deliberación en el campo popular ha sido suprimida. El zigzagueo político —cuando no un neto viraje hacia el centro— contradice el inicial ímpetu radical.

Es que lo electoral es importante, pero por sí mismo efímero. Por el contrario, el trabajo de enraizamiento cultural e institucional no es vano: es más, es precondición para que la llegada al poder genere mejores resultados. Los años pasados en la oposición permiten la consolidación de una formación en un proceso de ida y vuelta entre base y dirigentes. Afinan la comprensión de las dinámicas políticas y económicas por combatir. Diseñan proyectos de sociedad más coherentes. Posibilitan el reclutamiento de las personas más hábiles y comprometidas, que no siempre emergen en los tiempos electorales. Expanden las bases populares del consenso a través de la presencia en varios ámbitos sociales. Cimentan la compenetración de grupos heterogéneos. Evitan que el liderazgo degenere en caudillismo. Dotan a la formación de una historia compartida y la obligan a que se mantenga abierta a los actores más prometedores de la sociedad civil. Aumentan la trasparencia interna. Demuestran, desde los espacios de poder local conquistados, el compromiso con la refundación de las instituciones.

En definitiva, los años de oposición arrojan un actor político más maduro y afianzado. La creación de una hegemonía posible queda justamente en cultivar internamente sanas semillas para que estas germinen luego en un Estado más justo. (O)

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