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El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

Pobreza y fragilidad

23 de enero de 2021 - 00:00

Aquellos con medios suficientes para vivir tienen la percepción de que la gente pobre no hace lo suficiente para salir de su vida de estrecheces. La tachan de vaga, ignorante o poco proactiva. En ocasiones, incluso, se oye a personas que deberían conocer mejor la realidad preguntarse: ¿por qué no duermen en camas como nosotros?; ¿por qué vive toda la familia en un solo cuarto?; ¿por qué no se bañan más seguido?; ¿por qué no van al médico?; ¿por qué no comen vegetales?; ¿por qué hay tantas niñas embarazadas?; ¿por qué son obesos?; ¿por qué no se cuidan lo suficiente en la pandemia?

El estereotipo que tiene la gente bien (mejor dicho, de bienes) está permeado de prejuicio y falta de conocimiento. Y perjudica la acción que todos podríamos emprender para equilibrar esa balanza tan inhumanamente desigual en el Ecuador. Ese estereotipo negativo está lleno de desprecio y de falta de cuidado por los demás. Es un muro mental que la gente pudiente se construye (igual que los muros de sus viviendas) para no tener que lidiar con el peor mal que aqueja a nuestro país.

La creencia de que la pobreza es el resultado de carencias personales no toma en cuenta que hemos construido un sistema en el que, mientras unos pocos poseen colecciones de vehículos de lujo o vacacionan con toda la familia extendida por meses fuera del país, hay millones de personas que viven en lugares inhóspitos, no tienen ni agua potable ni luz, ni una dieta en la que haya carne, huevos y leche, y tampoco pueden educar a sus hijos.

Los ministerios de Inclusión Social, Salud, y Educación del país conocen la gravedad del problema y hacen lo imposible por solucionarlo, pero les hacen falta recursos. Saben, por ejemplo, que la falta de nutrientes alimenticios que sufren la madre y el niño durante los mil días (entre el principio de la gestación y los dos primeros años de vida) produce enfermedad y aún deficiencia en la capacidad mental del menor. Para luchar contra la desnutrición infantil países cercanos como Chile y Perú han puesto a trabajar a todas las instituciones de gobierno en un frente común. En el Ecuador es un asunto visibilizado últimamente por la vicepresidenta Muñoz, pero en el que todos los gobiernos quedan en deuda.

Los planificadores que observan el fenómeno de la pobreza la ven desde diferentes ángulos: además de las estadísticas sobre desnutrición, están aquellas sobre el nivel de ingresos, las que la miden multidimensionalmente y las que se refieren a las necesidades básicas insatisfechas. Cualesquiera que sean las mediciones para la toma de decisiones de política pública, todos podemos observar los efectos adversos de la pobreza. Como resultado de la exclusión, adicionalmente, las personas pobres tienen poca confianza en su capacidad para salir adelante, con las consecuencias negativas que esa baja autoestima produce en su salud física y psicológica, igual que en su nivel educativo y profesional.

Los niños criados en entornos de bajo nivel socioeconómico muestran una reducción en su rendimiento cognitivo, en particular en la función del lenguaje, en el control de la atención, y en las capacidades de planificar y de tomar decisiones, lo que afecta su rendimiento escolar. Por otra parte, esos niños se adaptan a utilizar estrategias de corto plazo para hacer frente al estresante entorno en el que les toca vivir. A largo plazo, estas prácticas producen mayor susceptibilidad a las enfermedades que en el resto de la población –lo que hemos constatado con la pandemia–, y mayor predisposición a desórdenes de salud mental, como la depresión y la ansiedad. Todo ello perpetúa el ciclo de la pobreza.

Atacar la pobreza es de vital importancia para el país. En este momento, los efectos económicos causados por la covid-19 producen una crisis nunca antes experimentada. Se sabe que sufriremos un retroceso que nos llevará 14 años atrás en cuanto a desarrollo. La contracción económica del PIB en el Ecuador se predice de hasta menos 10%. El nuevo gobierno deberá enfrentar una durísima situación tomando medidas urgentes para paliar el estado de vulnerabilidad de más de un millón de ecuatorianos. Los organismos multilaterales anticipan, además, que la crisis causará un incremento significativo de la desigualdad social, particularmente en lo que se refiere a las mujeres. En septiembre pasado Alicia Bárcena, la secretaria ejecutiva de la Cepal, planteó que, como efecto de la pandemia, las mujeres de América Latina están en peor situación que los hombres en cuanto a la exclusión y la falta de autonomía económica. Dijo también que el confinamiento ha ejercido, además, un empeoramiento en el estado de salud de las mujeres, pues ellas representan la gran mayoría de personas dedicadas al trabajo informal y a atender a los demás al ser las cuidadoras primarias, remuneradas y no remuneradas. Bárcena añadió: “La violencia contra las mujeres y las niñas es la tragedia de la desigualdad exacerbada en esta pandemia”.

La pobreza, dicen las Naciones Unidas, “es a la vez causa y consecuencia de violaciones a los derechos humanos”. Muchos de los planes de gobierno de los candidatos a la presidencia del Ecuador hablan de la pobreza, pero no la atacan con planes integrales. El deber de quien llegue al poder será hacer un esfuerzo multisectorial para erradicarla, so pena de inestabilidad política, inseguridad y atraso. Crear oportunidades para toda la gente es un imperativo moral para que el ser humano se desarrolle en plenitud. Como dice el Papa Francisco “sostener al débil nos permite lograr la condición para una vida plenamente humana”.

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