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El Telégrafo

Periodismo en color amarillo y rojo

25 de octubre de 2011 - 00:00

A propósito del centenario de la muerte del periodista Joseph Pulitzer, regresa la discusión sobre el periodismo amarillista y con ello la inquietud sobre si los medios lo son, si nos gusta y si es bueno o malo.

Pulitzer fue uno de sus precursores al comprar un periódico en problemas financieros de San Luis, Missouri, en el que incluyó por primera vez tiras cómicas, deportes y periodismo de investigación con denuncias de corrupción presentadas de manera sensacional para captar la atención del público y crecer su audiencia. Después compró en Nueva York The World y The Evening World, donde repitió esta línea editorial,  logrando multiplicar sus lectores. Apoyado por su competidor, William Hearst, manipuló la opinión pública para promover una guerra entre EE.UU. y España, a fin de que Cuba se independizara de esta última.

No podemos confundir el amarillismo con titulares o contenidos sensacionalistas ni imágenes escandalosas. Cuando los medios venden medias verdades, falsedades o hechos de poca relevancia como si fueran todo un suceso, estamos hablando de amarillismo. Mientras que el amarillismo no presenta los hechos de forma objetiva, algunas veces de forma agresiva y morbosa, otras no; el sensacionalismo los presenta siempre de manera vistosa y sugestiva, otras rojo sangre y grosera.

Si algo caracteriza el periodismo amarillo es la intención de manipular la opinión pública acudiendo a sus más íntimos instintos; he aquí lo que considero peligroso de este asunto. Recuerdo que nos dijeron que en Irak había armas nucleares de destrucción masiva que pondrían en riesgo la seguridad mundial; esto como argumento para que la opinión pública presionara la invasión a este país. Para lograr este apoyo se acudió a todas las herramientas publicitarias del periodismo, a fin de que fuera llamativo a nuestros ojos. Al final nunca hubo tales armas y solamente usted, querido lector, puede saber hoy, a la luz de los acontecimientos posteriores, cómo ve la posición que asumió entonces respecto a este evento.

Quisiera llamar su atención sobre la necesidad de cuestionarnos acerca de la información que recibimos para no asumir posiciones basadas en mentiras. El estilo sobrio o escandaloso no garantiza la objetividad, pero sí hay que rechazar el deseo insano de regodearnos con la tragedia ajena, con el morbo del material sangriento que nos acostumbra a la violencia. No podemos dejarnos llevar por la corriente de quienes buscan obtener nuestras palmas y apoyo en función de sus intereses.

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